Género y Poder: ¿Dónde están las mujeres? Mecanismos que niegan, silencian y aíslan de los centros de poder a las mujeres
Revision for “Género y Poder: ¿Dónde están las mujeres? Mecanismos que niegan, silencian y aíslan de los centros de poder a las mujeres” created on 23 Feb de 2021 @ 13:12:21
Género y Poder: ¿Dónde están las mujeres? Mecanismos que niegan, silencian y aíslan de los centros de poder a las mujeres
|
<p style="text-align: right;"><strong>María Jesús González Sanz</strong></p> <p style="text-align: right;"><strong>Escuela de Gobierno, Universidad Complutense de Madrid</strong></p> Las feministas han tratado de descubrir las injusticias y nombrarlas, de cuestionar el orden establecido y quienes se benefician de él. El feminismo como teoría y práctica surge en la época de la Ilustración europea (siglo XVIII), cuando comienza a hacerse preguntas impertinentes que cuestionaban el “orden natural de las cosas”: ¿Por qué los derechos solo corresponden a los varones?, ¿dónde están las mujeres?, ¿por qué se las excluye?, ¿qué supone el hecho de ser mujer? Los diversos discursos y propuestas feministas han desarrollado y siguen aportando material suficiente como para articular discursos políticos basados en la justicia que permitan tomar conciencia de las discriminaciones que enfrentan las mujeres y tomar parte para cambiarlas. En el presente artículo, se presenta, en primer lugar, la importancia de tomar consciencia de los discursos y hechos que construyen el binarismo masculino/femenino, posicionando relaciones de poder, desigualdades y privilegios. Y, en segundo lugar, cuestionar cómo se articula el poder alrededor de las relaciones sociales. Por último, se realiza una breve reflexión sobre las diferentes experiencias con respecto al poder o a la ausencia de poder reflejadas en los roles normalizados y asignados a hombres y mujeres. Desde la segunda mitad del siglo XX, las académicas feministas<a href="#_ftn1" name="_ftnref1">[1]</a> han elaborado el marco teórico donde situar la desigualdad de las mujeres, insistiendo en que las diferencias físicas entre los sexos -lo corporal, lo social, lo psíquico y lo histórico-, no justifican la desigualdad social entre mujeres y hombres. Desde el pensamiento teórico, se trataba de evidenciar que lo biológico<a href="#_ftn2" name="_ftnref2">[2]</a> no es lo determinante, sino que las identidades simbólicas asignadas a mujeres y hombres en la organización de la vida social, al ser culturales, no son fijas, son variables y pueden ser transformadas. En este sentido, Marta Lamas (1999, p.161) define la lógica del género como la “división simbólica de los sexos, partiendo de una oposición binaria: lo propio del hombre y lo propio de la mujer. Esta definición contribuye ideológicamente a establecer lo esencial de la feminidad y de la masculinidad”. La interpretación de esta lógica de género y sus reglamentaciones es lo que nos hace mujeres u hombres, así, “la asignación de género, implica atribuir a las mujeres un lugar distinto del que ocupan los hombres, cosa en la que no interviene su voluntad, se toma como natural” (María Jesús Izquierdo 2004, p. 132). Esta lógica social del género construye ideas y valores que pautan determinadas conductas en la sociedad, entrañando relaciones de poder, desigualdades y privilegios. Es decir, los hombres y mujeres se configuran conforme a un reparto de responsabilidades y posiciones, lo que condiciona su forma de desarrollo en los diferentes ámbitos de la vida. El poder está presente en todas las relaciones sociales y adopta diversas formas (económico, político, social o cultural), es multidimensional y depende de cada contexto. Las personas experimentamos distintas dinámicas de poder dependiendo de características sociales o identidades asignadas en base a cuestiones de género, raza, clase, orientación sexual, capacitismo, religión, etc… Es por esto que en función del contexto podemos experimentar privilegios y subordinaciones simultáneamente. Por ejemplo, en cualquier parte del mundo una mujer dirigente de una empresa, muy respetada y reconocida en su profesión, podría sufrir abuso doméstico en su hogar. (JASS, 2008). Las feministas han categorizado las diferentes expresiones de poder, para entender mejor las fuentes de subordinación y desigualdad que operan en todas las sociedades. Estas expresiones de poder pueden ser tanto negativas (“poder sobre<em>”</em>) como positivas (“poder entre”, “poder para” y “poder interior”<em>)</em>. El “poder sobre<em>” </em>es la forma más conocida del poder, se produce cuando se ejerce dominio sobre otros/as, concede privilegios a ciertas personas (acceso a recursos, participación, reconocimiento, etc.) mientras margina a otras (se les niega acceso y control a recursos, se ven obligados/as a ceder parte de su poder). Este tipo de poder perpetúa la desigualdad, la injusticia y la pobreza. Sin embargo, hay otras formas positivas de articular el poder que conllevan a la transformación de este “poder sobre<em>”</em>. En primer lugar, el “poder entre” tiene que ver con trabajar de manera colectiva, crear una base común para conseguir valores y visiones comunes. En segundo lugar, el “poder para” alude a la capacidad que cada persona tiene para desarrollar su vida, abriendo posibilidades a la acción conjunta. Por último, el “poder interior”, tiene que ver con la autoestima, la conciencia, el autocuidado, la confianza, es la capacidad de imaginar y tener esperanza (JASS, 2008). <em> </em> Mary Beard (2018) en su libro “Mujeres y Poder” reflexiona sobre el poder y la voz pública de las mujeres. Es preciso señalar que la visión de poder presentada, en esta obra, es una aproximación limitada y centrada en la representación política femenina e identificada con el prestigio público. Beard realiza una reflexión interesante sobre cómo (en Occidente) hemos aprendido a mirar a las mujeres que ostentan cargos de poder “¿Cómo y por qué excluyen a las mujeres las definiciones convencionales de poder que llevamos a cuestas?” (p.58). Aunque es un hecho que en la actualidad hay más mujeres en “puestos de poder” que en años atrás, se evidencia que las mujeres son percibidas como individuos ajenos al poder. En este sentido bastaría con analizar las metáforas en torno al acceso al poder por parte de las mujeres: “romper el techo de cristal”, “llamar a la puerta”, “darles un empujón”, etc. Como indica Beard, “es habitual pensar que las mujeres que ocupan cargos de poder están derribando barreras o apoderándose de algo a lo que no tienen derecho” (2018, p.60). Es importante la forma en la que se entiende el poder. Si atendemos a la esfera política, el poder se presenta como algo elitista, asignado al carisma individual y al alcance de unos pocos (en su mayoría hombres) que lo pueden poseer y ejercer. Bajo esta premisa, las mujeres quedan excluidas del poder al tratarse de una estructura codificada como masculina. Para revertir esta lógica patriarcal sería necesario articular el poder bajo premisas que den posibilidades a relaciones y estructuras más equitativas y que transformen las conductas que mantienen a las mujeres en los márgenes. Otro centro importante de poder donde las mujeres están aisladas y silenciadas sería el de la voz pública. El discurso público y la oratoria aparecían como habilidades que definían la virilidad y la masculinidad como género. Como afirma Mary Beard “una mujer que hablase en público no era, en la mayoría de los casos y por definición, una mujer”. Por suerte nuestro sistema político-social actual ha desmontado muchas de las convicciones de género de la Antigüedad, pero no dejamos de ser herederos/as de una tradición de discurso de género que marca todavía nuestras tradiciones de debate y discurso público. Estos tipos de análisis dan cuenta de la necesidad de sensibilizarnos sobre cómo hemos llegado a crear y a entender esta “voz de autoridad”. Es necesario repensar el poder en términos menos masculinos, tomar consciencia sobre cómo hablamos en público y creamos las “voces de autoridad”, las “voces de poder”. Aprender a construir nuevos caminos de poder, más equitativos, que cuestionen las relaciones de poder entre hombres y mujeres y, desde ahí, configurar nuevas significaciones de ser mujeres y hombres. Es decir, nuevas formas de relaciones entre ambos sin que pasen por la subordinación de ninguno (Isabel Rauber, 2003). El feminismo intenta poner luz de justicia en los grandes paradigmas (democracia, poder, desarrollo económico, familia, justicia, etc…) desarrollados sin las mujeres o a costa de ellas, con el propósito de que los seres humanos sean lo que quieran ser y vivan como quieran vivir, sin estar condicionados por unas determinadas pautas y roles en función del sexo con que hayan nacido. <strong> </strong> <h3><strong>Bibliografía:</strong></h3> Beard, Mary (2018). <em>Mujeres y Poder. </em>Barcelona: Planeta. Foucault, Michel (1992). <em>Microfísica del poder</em>. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A. Edición 2019. Izquierdo, María Jesús (2004). Sistema sexo/género. <em>Formación y acreditación en consultoría para la igualdad de mujeres y hombres</em>, 111-143. JASS-Asociadas por lo Justo (2008). Conceptualizando el poder para avanzar la justicia y la equidad. Haciendo que el cambio sea una realidad: El poder.<em> HIVOS, 3.</em> Lamas, Marta (1999). Usos, dificultades y posibilidades de la categoría género. <em>Papeles de Población, 21, </em>147-178. Rauber, Isabel (2003). <em>Género y Poder: Ensayo Testimonio.</em> <em>Uma</em>, Parte 1. Recuperado de: <a href="https://cronicon.net/paginas/Documentos/No.38.pdf">https://cronicon.net/paginas/Documentos/No.38.pdf</a> <a href="#_ftnref1" name="_ftn1">[1]</a> Simón de Beauvoir fue la precursora de este enfoque. Publicó en 1949 su libro “El Segundo Sexo”, suponiendo un estudio totalizador de la mujer en Occidente, donde afirma que la opresión de la mujer no se debe a factores biológicos, psicológicos o económicos. <a href="#_ftnref2" name="_ftn2">[2]</a> El reduccionismo biológico supone recurrir a la Naturaleza para explicar las diferencias entre hombres y mujeres, apelar a la biología (rasgos físicos, genes y hormonas) para justificar dichas diferencias, reduciéndolas a los caracteres sexuales primarios. Negando así la diversidad individual afectada por circunstancias y relaciones que nos rodean, que son asimismo producto nuestro. Un ejemplo de reduccionismo biológico es el libro de Helen Fisher (2000)<em>, El primer sexo. Las capacidades innatas de las mujeres y cómo están cambiando el mundo</em>. |