Género en la frontera: políticas migratorias y desafíos de las mujeres migrantes en tránsito y destino
Almudena Villarino Martínez
Escuela de Gobierno, Universidad Complutense de Madrid
Con el auge de la globalización, el comercio mundial y las dinámicas de desarrollo y cooperación, se ha dado un crecimiento exponencial de los flujos financieros o transacciones de capital entre países del Norte y el Sur Global [1]. Sin embargo, mientras el capital y las mercancías se mueven libremente en la Aldea Global [2], esto no ha traído consigo la libre circulación de personas. Los flujos de personas migrantes han sido objeto de regulación, especialmente a partir de los atentados del 11-S, que intensificó el proceso de “securitización de la ayuda” en el marco de la “Guerra Global contra el Terror” (Sanhauja, 2012). Desde entonces la movilidad humana se ha convertido en una cuestión prioritaria en las agendas políticas a nivel internacional. El control de los flujos migratorios, justificado por la lucha contra el terrorismo, ha llevado a representar la migración como una amenaza a la seguridad nacional de los países del Norte Global. Una representación que trae consigo la criminalización y estigmatización de las personas migrantes a nivel social.
A pesar de las restricciones impuestas, el número de personas migrantes ha seguido aumentando considerablemente en los últimos 20 años. Según los datos de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), en 2020 había 281 millones de personas migrantes en el mundo frente a los 150 millones del año 2000. Con el aumento de la movilidad, se ha dado también un incremento del número de personas refugiadas, que ha pasado de 14 millones de personas en el año 2000 a 26 millones en 2020. Hoy en día el 48,1% de las personas que migran son mujeres y cerca del 13% lo representan niños y niñas menores de 19 años (OIM, 2021).
Tras el conflicto armado en Siria y la crisis de las personas refugiadas a las puertas de Europa, las políticas migratorias de la Unión y de sus países miembros han estado todavía más dirigidas a la restricción de los flujos migratorios, que a la atención de las personas migrantes y refugiadas y al cumplimiento de los derechos humanos. Europa se ha erigido como una fortaleza a base de la construcción de muros en los límites del espacio Schengen. Según un estudio (Ruiz, Akkerman y Brunet, 2020), Europa es la segunda región del mundo con más muros fronterizos construidos, un 26% del total, para frenar la inmigración. Por otro lado, el proceso de externalización de fronteras[3] se ha afianzado en la frontera Sur, donde las llegadas por la ruta oriental y central del Mediterráneo han descendido tras la firma de acuerdos con países como Libia o Marruecos. A consecuencia de esto, el número personas migrantes en la ruta de África Occidental[4] hacia las Islas Canarias se ha multiplicado, pasando de 2.698 en 2019 a 23.023 personas en 2020 (Rosado y Lara, 2019).
Resulta cuanto menos paradójico que muchos de los esfuerzos invertidos en el control migratorio se canalicen como Ayuda Oficial al Desarrollo (Sanhauja, 2012), cuando lo que fomentan estas políticas es la vulneración de los Derechos Humanos de aquellas personas que por diversas razones deciden emprender su ruta hacia países “desarrollados”. Éste fenómeno, denunciado durante años por colectivos y organizaciones de la sociedad civil, está generando una especie de “Apartheid Global” (Ruiz, Akkerman y Brunet, 2020). En 2019 las entradas de personas migrantes al estado español por la frontera mediterránea supusieron sólo un 4,3% de la inmigración total. Sin embargo, todos los recursos económicos de las políticas migratorias se destinan en exclusiva a frenar y expulsar a ese 4,3% (Rosado y Lara, 2019).
Son numerosos los obstáculos y peligros que las personas migrantes tienen que sortear tanto en su ruta migratoria como en la llegada al destino. Las fronteras representan uno de los obstáculos más difíciles de atravesar, especialmente para mujeres y niños/as. Pero las fronteras son también, como veremos, una oportunidad para resignificar las subjetividades de los cuerpos migrantes en el país de destino.
Pensar la frontera nos remite en primera instancia a la ordenación del territorio, a una separación física o imaginaria entre regiones o estados-nación, resultante de procesos políticos, sociales, económicos y culturales. La frontera es una construcción política que divide territorios, poblaciones y sociedades. La construcción de la categoría frontera responde por tanto a una lógica de inclusión-exclusión entre “nosotros” y “otros”, entre el ser y el no-ser (Fanon, 1986). Así la frontera no sólo divide territorios sino también cuerpos, subjetividades e identidades que conforman al sujeto político moderno.
La geopolítica y los límites de la soberanía nacional están inscritos en lo que Michel Foucault llama “biopolítica”, la política sobre la vida y sobre los cuerpos. Es la forma en que las características biológicas humanas se convierten en un objetivo político estratégico, es el gobierno que define a los cuerpos posibles (Foucault, 2007). En este sentido existen fronteras estáticas, geopolíticas, localizadas y marcadas por la existencia de accidentes geográficos, muros, vallas o centros de detención; pero también existen fronteras en movimiento, desterritorializadas. Estas son las fronteras que se habitan, encarnadas en los cuerpos atravesados por la raza, el género, la sexualidad, la clase, la etnia o la cultura (Andalzúa, 2016).
A nivel geopolítico, las fronteras son complejas localizaciones donde se reproducen las desigualdades y en las que intervienen una diversidad de actores. Las fronteras se han convertido en focos de violencia e impunidad, en espacios en los que los derechos humanos desaparecen y las personas que las transitan dejan de ser sujetos para convertirse en objetos de represión y expulsión. En las rutas que toman las personas de origen subsahariano hacia Europa, el desierto Sáhara y el mar Mediterráneo representan las fronteras físicas más peligrosas, y la ruta del Norte de África se ha convertido en una de las más letales del mundo (ONU, 2020), donde se estima que hubo más de 1750 personas desaparecidas (OIM, 2021).
La violencia ejercida sobre los cuerpos de las mujeres tanto durante su travesía como en los puntos fronterizos adquiere especial relevancia. Según un estudio de Médicos sin Fronteras (2010) un 59% de las mujeres migrantes subsaharianas había sufrido violencia sexual en el paso fronterizo entre Argelia y Marruecos, en la ciudad de Oudja. Una de las mujeres entrevistadas en otra investigación declaró lo siguiente: “Durante el viaje, un policía de frontera dijo que el grupo no iba a pasar si esta mujer no se acostaba con él. La mujer lo hizo como una forma de solidaridad” (Sánchez, Castaño y Boutaleb, 2018 p. 81). Las violencias y amenazas ejercidas contra las mujeres en las zonas fronterizas es uno de los efectos colaterales de los esfuerzos de securitización y la militarización de fronteras en la lucha contra las redes de trata, la inmigración y el contrabando (Sánchez, Castaño y Boutaleb, 2018). Es más, las redes de trata siguen presentes en estos contextos, captando mayoritariamente mujeres para el tráfico con fines de explotación sexual (Médicos sin Fronteras, 2010; Rosado y Lara, 2021).
Este hecho ilustra las condiciones de peligrosidad a las que se exponen las mujeres por el hecho de serlo, y que se intensifican cuando viajan con menores dependientes. La investigación llevada a cabo por Inka Stock (2011) en la frontera de Marruecos revela que 14 de las 19 mujeres entrevistadas habían dado a luz durante el trayecto, siendo en ocasiones a causa de una violación. En la ribera mediterránea, la existencia de muros y vallas como las de Ceuta y Melilla supone un importante obstáculo para las mujeres, que no suelen participar en los saltos, especialmente cuando van acompañadas de niños/as. Sin embargo, los hombres se aventuran a proseguir su viaje, saltando la valla y abandonando a las mujeres a su suerte. Como revela Stock (2011), las mujeres embarazadas tienen más probabilidades de ser incluidas en las barcas que a diario cruzan el mar hacia las costas europeas, ya que las embarcaciones con mujeres embarazadas o bebés tienen más probabilidades de ser rescatadas por Salvamento Marítimo. El embarazo es considerado por los hombres el “ticket” para su entrada a Europa (Sánchez, Castaño y Boutaleb, 2018).
Además de ser lugares de tránsito, las fronteras son también “enclaves de espera, gestión y organización de la propia vida” (Sánchez, Castaño y Boutaleb, 2018 p. 23). Tras un largo y peligroso viaje muchas de las mujeres quedan atrapadas en los pasos fronterizos del Mediterráneo, a consecuencia de las políticas de control y expulsión de la Unión Europea que han externalizado sus fronteras eludiendo las responsabilidades relativas al cumplimiento de los derechos humanos y la atención humanitaria. Al no poder continuar su viaje, las mujeres permanecen de forma indefinida en asentamientos y ciudades fronterizas en Marruecos donde además de las violencias están expuestas al racismo social, político e institucional y al miedo a ser deportadas o expulsadas del país. Durante esta espera que, según la investigación (Sánchez, Castaño y Boutaleb, 2018) oscila entre meses y años, las mujeres buscan estrategias de supervivencia (Sassen, 2003). La mendicidad, la prostitución o el servicio doméstico en condiciones de servidumbre son a menudo las únicas opciones para muchas mujeres atrapadas a las puertas de la fortaleza Europa.
Quienes consiguen llegar al destino se enfrentan a las leyes de inmigración y extranjería, a la condición de “ilegal”, al nuevo idioma, al racismo, los prejuicios, estereotipos y estigmatización, a la exotización de sus cuerpos, etc., como principales fronteras simbólicas y en movimiento. Todos estos obstáculos responden a la instalación fronteras étnico-culturales (Brah, 2011) fundadas en el orden racista, colonial y de género (Lugones, 2008). Las mujeres migrantes son representadas como personas sumisas, desempoderadas y carentes de agencia. No obstante, esa carencia en los imaginarios colectivos sobre las mujeres migrantes se contrapone a la agencia que se espera de ellas en las políticas de integración. Como señala Carmen Gregorio (2009), si bien se interpretan como políticas de reconocimiento del rol de las mujeres “extranjeras”, no hacen sino construir “una nueva frontera entre un nosotras que se libera del trabajo doméstico y del cuidado de sus familiares (…) y un otras en cuanto a reproductoras sociales de su grupo doméstico”. Otra de las prácticas contradictorias que señala la autora hace referencia a las prácticas culturales como la ablación femenina. Mientras las políticas de extranjería contemplan la expulsión de quienes la practican, se niega la petición de asilo a las mujeres que huyen de ella (Gregorio, 2009). La etnicidad se convierte entonces en un mecanismo de separación entre grupos, por lo que las políticas de representación resultan esenciales para transformar las fronteras, los discursos y las percepciones sobre las mujeres migrantes (Brah, 2011). Para Avtar Brah (2011), la categoría frontera está intrínsecamente unida a la idea de diáspora y la (des)localización. La diáspora es para ella “el punto de confluencia de procesos económicos, políticos, culturales y psíquicos (…) y el punto donde se discuten las barreras de inclusión y exclusión, de pertenencia y otredad, de nosotros y ellos (p. 240), ya que la diáspora es habitada tanto por personas migrantes como autóctonas[5].
Por otro lado, estas fronteras encarnadas se pueden transgredir tal como señala Donna Haraway (1995) en su conceptualización feminista de “cyborg”: “la frontera entre herramienta y mito, instrumento y concepto, sistemas históricos de relaciones sociales y anatomías históricas de cuerpos posibles, incluyendo objetos de conocimiento, es permeable” (p. 281). Las mujeres de color, indígenas, transexuales, homosexuales, etc., son para esta autora “cyborgs”, pues están en una constante transgresión, construcción y reconstrucción de fronteras, disolviendo los límites las dicotomías establecidas.
En esta línea, las fronteras que habitan y transgreden las mujeres migrantes en su lugar de destino hacen de ellas, como explica Gloria Andalzúa (2016), “sujetos híbridos” que redefinen su identidad desde el feminismo fronterizo. Así, “La Nueva Mestiza” se construye como una nueva identidad chicana, de origen indígena, lesbiana y habitante de la frontera que lucha contra el machismo, la diferencia racial y cultural, la colonialidad y los binarismos. Estos feminismos fronterizos son los que Chela Sandoval (2004) denomina “Feminismos del Tercer Mundo”, constituidos por sujetos interseccionales, mestizos e híbridos que a través de la reapropiación y recontextualización de las fronteras políticas generan formas de agencia y resistencia. Esta autora propone las prácticas de “metodología de las oprimidas” para generar espacios para la coalición, comunidades diversas en las que se construya un nuevo tipo de ciudadanía.
Con esta revisión, se alerta de la necesidad de atender los impactos diferenciados de las políticas migratorias sobre la diversidad de corporalidades que transitan fronteras tanto en su viaje migratorio como en su cotidianeidad. Si pensar en las fronteras nos lleva a una localización geográfica masculinizada, violenta y en ocasiones infranqueable, pensar desde las fronteras en términos feministas nos ofrece una visión más amplia de la realidad, y también una propuesta política para reconfigurar otros cuerpos y otros mundos posibles.
Bibliografía:
Andalzúa, Gloria. (2016). Borderlands / La frontera: la nueva mestiza. Madrid: Capitán Swing S.L.
Brah, Avtar. (2011). Cartografías de la diáspora. Identidades en cuestión. Madrid: Traficantes de Sueños.
Fanon, Frantz. (1986). Black skin, white masks. London: Pluto Press.
Foucault, Michel. (2007). El nacimiento de la biopolítica. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Gregorio, Carmen. (2009). Mujeres inmigrantes: Colonizando sus cuerpos mediante fronteras procreativas, étnico-culturales, sexuales y reproductivas. Viento Sur, 104, 42-54
Haraway, Donna (1995). Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid: Ediciones Cátedra.
Lugones, M. (2008). Colonialidad y Género. Tabula Rasa, (9), 73-101. Recuperado de https://www.revistatabularasa.org/numero-9/05lugones.pdf
McLuhan, Marshall. (1995). Understanding Media. The extensions of man. Cambridge: The MIT Press.
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Rosado, Ana y Lara, Rafael. (2021). Derechos Humanos en la Frontera Sur 2021. Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía – APDHA. Recuperado de: https://apdha.org/media/informe-frontera-sur-2021.pdf
Ruiz, Ainhoa; Akkerman, Mark y Brunet, Pere. (2020). Mundo amurallado. Hacia el Apartheid Global. Barcelona: Centre Delàs d’Estudis per la Pau. Recuperado de: https://www.tni.org/files/publication-downloads/informe46_mundoamurallado_cast_centredelas_tni_stopwapenhandel_stopthewall.pdf
Sánchez, Manuel Vicente; Castaño, Ángeles y Boutaleb, Abdelkhader. (Coords.). (2018). Feminización de las migraciones africanas y violencias sobre las mujeres en ruta. Fundación Sevilla Acoge. Recuperado de: https://sevillaacoge.org/wp-content/uploads/2020/06/Mujeres.en_.ruta_.pdf
Sandoval, Chela. (2004). Nuevas ciencias. Feminismo cyborg y metodología de los oprimidos. En hooks, bell; Brah, Avtar; Sandoval, Chela et al. (2004). Otras Inapropiables: feminismos desde las fronteras (p. 81-107). Madrid: Traficantes de Sueños.
Sanhauja, Jose Antonio. (2012). El nexo seguridad-desarrollo: entre la construcción de paz y la securitización de la ayuda. En Sanhauja, José Antonio. (Coord.). (2012). Construcción de la paz, seguridad y desarrollo (p.17-71). Madrid: Editorial Complutense.
Sassen, Saskia. (2003). Contrageografías de la globalización. Género y ciudadanía en los circuitos transfronterizos. Madrid: Traficantes de Sueños.
Sousa Santos, Boaventura. (2009). Una epistemología del sur: la reinvención del conocimiento y la emancipación social. México D.F.: Siglo XXI Editores.
Stock, Inka. (2011). Gender and the dynamics of mobility: reflections on African migrant mothers and ‘transit migration’ in Morocco. Ethnic and Racial Studies, 35(9) 1577-1595.
[1] La categoría Sur Global se utiliza para referirse al conjunto de países que conforman la (semi)periferia del sistema-mundo. Boaventura Sousa Santos utiliza la metáfora geográfica para conceptualizar un Sur epistemológico, un pensamiento antiimperial que parte de las luchas de resistencia de quienes sufren las opresiones e injusticias del capitalismo, colonialismo y patriarcado. Es una apuesta por suprimir las jerarquías de poder Norte-Sur, sin eliminar las diferencias (Sousa Santos, 2009).
[2] Acuñado por Marshall McLuhan, el término “Aldea Global” hace referencia a los cambios generados por la expansión de los medios de comunicación de masas y la tecnología a nivel mundial. Este fenómeno hace del mundo una aldea interconectada que traspasa las fronteras geográficas y nos sitúa en un espacio único, un “campo simultáneo”, que facilita la interacción humana alrededor del mundo, recordando a la vida en una aldea (McLuchan 1995).
[3] Proceso por el que se transfiere gestión migratoria fuera de las fronteras nacionales y regionales. Este proceso se materializa mediante acuerdos y transferencias financieras con los países del Norte de África.
[4] Para más información sobre las rutas migratorias del Mediterráneo y África occidental: https://www.consilium.europa.eu/es/policies/migratory-pressures/
[5] Según la RAE la palabra diáspora, de origen griego, hace referencia a la dispersión de judíos exiliados de su país o de grupos humanos que abandona su país de origen. La aportación conceptual de Avtar Brah da cuenta de la complejidad de un término que va más allá de la dispersión humana.