Desigualdad social y salud de las mujeres
Blanca Seara Millán
Escuela de Gobierno, Universidad Complutense de Madrid
El concepto de salud como elemento social y no exclusivamente sanitario cobra especial importancia en un mundo cada vez más polarizado y marcado por situaciones que afectan a la población de manera desigual, influyendo en el acceso a los servicios de salud y cobertura de derechos y necesidades básicas.
La esperanza de vida de los 37 países de la OCDE[i] ha aumentado en las últimas décadas -en 2017 la esperanza de vida al nacer en estos países era de 80,7 años, 10 años más que en 1970- aunque dichos avances se han ido ralentizando con los años. El aumento de la longevidad fue más lento para mujeres que hombres en casi todos los países de la OCDE, aunque ellas siguen viviendo más años de media que ellos.
Las desigualdades socioeconómicas interfieren de manera evidente en la esperanza de vida, la brecha existente en nivel formativo de la población condiciona su supervivencia: las tasas de mortalidad son casi cuatro veces más altas para los hombres con menor nivel de educación en la edad de la primera infancia y alrededor del doble para las mujeres en el mismo periodo, en comparación con las que tienen educación terciaria (OCDE, 2019).
Determinantes sociales como la renta, el desempleo, la pobreza, el nivel educativo o la clase social son factores clave que estructuran la calidad y años de vida de la población (Artazcoz, Benach, Borrell, Daponte, y Fernández, 2003). La incorporación del enfoque de género en los estudios de la salud es trascendental para poder observar una imagen completa y ajustada de la realidad social, ya que las desigualdades de género son claramente diferenciales en el ámbito de la salud.
“La incidencia de la pobreza y la dependencia económica en la mujer, su experiencia de la violencia, las actitudes negativas hacia las mujeres y las niñas, la discriminación racial y otras formas de discriminación, el control limitado que muchas mujeres ejercen sobre su vida sexual y reproductiva y su falta de influencia en la adopción de decisiones son realidades sociales que tienen efectos perjudiciales sobre su salud.” (Conferencia de Beijing, 1995)
En los países de ingresos más altos, las mujeres en todas las franjas de edad viven más tiempo que las de los países con rentas más bajas. También descienden en los primeros las tasas de mortalidad infantil y mortalidad relacionada con el embarazo o el parto. Los países de bajos ingresos afrontan horizontes muy diferentes ya que las tasas de mortalidad entre adolescentes y adultas jóvenes se dispara, mostrando el mayor contraste en las cifras de mortalidad materna ya que: del medio millón de defunciones maternas que ocurren cada año, el 99% corresponde a países en desarrollo (OMS, 2009).
La Organización Mundial de la Salud establece tres rasgos básicos que caracterizan las desigualdades sociales en salud:
- Existe un patrón sistemático en las diferencias de salud: cuanto más desciende la escala de posición social, más aumenta la mortalidad y la morbilidad.
- Estas diferencias están generadas por procesos sociales, no biológicos: esto significa que podrían ser evitables o modificables por lo que al menos en teoría, los procesos sociales, las instituciones y poderes públicos, tendrían capacidad de incidir y actuar mediante acciones coordinadas.
- Las desigualdades sociales son consideradas como “injustas”, ya que son producto de situaciones políticas y sociales que también lo son y que atentan contra las nociones generales de justicia. Aunque este concepto de justicia varíe de un lugar a otro, existe cierta base común. Por ejemplo, entre la ciudadanía europea, se considera que la infancia, independientemente de su situación socioeconómica, debería tener garantizada su posibilidad de supervivencia, por lo que no es justo que niñas y niños de estratos sociales más empobrecidos, tengan menos posibilidades de supervivencia que las y los que viven en estratos sociales más altos (Whitehead y Dahlgren, 2006).
La ciencia médica se ha basado en un enfoque androcéntrico (Tasa-Vinyals, Giral y Raich, 2015) centrado en el estudio de la salud y enfermedad del hombre, asumiendo que la mujer era el elemento complementario. Lo que funcionase para tratar dolencias o patologías en los hombres, podría aplicarse con la misma eficacia en las mujeres (Valls, 2020).
Este sesgo es aplicable en enfermedades que puedan ser padecidas tanto por hombres como por mujeres, como las cardiovasculares o las pulmonares obstructivas crónicas. Pero también se aplica en aquellas enfermedades que son padecidas mayoritaria o únicamente por mujeres, con un exceso de medicalización de las mismas a lo largo de sus ciclos de vida:
“Es el caso de la excesiva prescripción de terapia hormonal sustitutiva pese al desequilibrio riesgo–beneficio que comporta (me remito a los debates sobre el incremento de los riesgos de infartos y cáncer más allá de un consumo superior a los 6 meses a cambio del beneficio que supone paliar los síntomas vasomotores producidos por la menopausia)” (Ruiz, 2009).
Autoras como Carme Valls sostienen que es necesario que las ciencias de la salud y la biología puedan variar sus objetivos de estudio y su metodología, para poder eliminar los sesgos de género en la práxis de la ciencia médica y de la salud, dando espacio a los tratamientos y estudios diferenciales para hombres y mujeres. Por poner un ejemplo, los disruptores endocrinos afectan de manera diferencial a las mujeres y están muy relacionados con el entorno medioambiental en el que vivan. Por esta razón, es fundamental estudiar cómo afectan el entorno y las enfermedades al cuerpo de mujeres y hombres diferenciadamente (Valls, 2020).
El sistema patriarcal y los estereotipos de género condicionan las relaciones de poder, maneras de actuar, sentir y posicionarse en el mundo de las personas, perpetuando roles que favorecen la diferenciación sexual del trabajo, la subordinación de las mujeres y el diferente acceso de estas a la tierra, la salud o los modos de vida (Sen y Östlin, 2007). Las concentraciones de poder crean desequilibrios sociales y maximizan el control de las élites patriarcales que ejercen dicho poder. Las normas y actitudes sociales perpetúan a menudo las desigualdades de género haciendo más complejo el acceso a libertades e igualdad de las mujeres (PNUD, 2019).
La socialización en estas desigualdades, influye en la libertad que el entorno social les concede a las mujeres y condiciona su independencia y autonomía en diversos terrenos, como el de los derechos sexuales y reproductivos. Estas estructuras sociales influyen en las prácticas cotidianas de salud y son determinantes en el elevado número de contagios de VIH/SIDA (que afecta a más mujeres que a hombres según la OMS) y de embarazos no deseados. También evidencia su vulnerabilidad en el acceso a servicios para su prevención, atención y tratamiento, especialmente en países en desarrollo (Ruiz, 2019).
El papel de las mujeres como cuidadoras universales y el nulo reconocimiento económico y social de estas actividades, también condiciona la visión que tienen las mujeres de su propia salud ya que en muchas ocasiones se ve deteriorada en pro de la salud de las personas destinatarias de su cuidado. La división sexual del trabajo construye una imagen de lo femenino orientada al cuidado y a la necesidad de satisfacer necesidades ajenas. Esto supone que “el otro” sea visto no sólo como fuente de cuidado sino también como fuente de autorrealización personal y de valía de la mujer (Izquierdo, 2003).
La asunción de estos estereotipos por parte de la población en general y de las y los profesionales de la salud en particular, ignora los condicionantes de salud que son distintos en mujeres y hombres. Se da una invisibilización de la salud de las mujeres “cometiendo errores de diagnóstico, realizando exploraciones que no conducen a un fin eficaz y recomendando tratamientos que pueden enfermar o acelerar las enfermedades que pretendíamos tratar” (Valls, 2020 p.14).
Según el Informe sobre la salud cardiovascular en mujeres, la primera causa de muerte en mujeres en España y en el resto de países occidentales son las enfermedades cardiovasculares[ii]. En ellas se dan peores y más tardíos diagnósticos globales y tratamientos ya que siguen siendo consideradas patologías principalmente de hombres (Ruiz, 2009).
Como se ha mencionado al principio de este ensayo, la salud no puede tratarse como un elemento aislado enmarcado por parámetros sanitarios. La salud física, psicológica y emocional de la población depende en gran medida de unas condiciones de vida dignas y justas en las que como mínimo, estén cubiertas las necesidades primordiales del ser humano para su subsistencia.
La creación de políticas públicas que potencien la igualdad entre mujeres y hombres, la inclusión de materias sanitarias orientadas al estudio y tratamiento de la salud de mujeres y hombres de manera diferencial y una visión transversal del género como pilar principal de cambio social, favorecerá poder activar los mecanismos necesarios para crear sociedades con mejores índices de salud y calidad de vida.
Bibliografía:
Artazcoz, Lucía, Benach, Joan, Borrell, Carme Daponte, Antonio, Fernández, Esteve (2003). Las desigualdades en la salud y la calidad de vida en España. Ponencia presentada en el seminario “El Estado de Bienestar en España” organizado por el Programa en Políticas Públicas y Sociales de la Universitat Pompeu Fabra y patrocinado por la Diputación de Barcelona y la Universidad Menéndez Pelayo.
Dahlgren, Göran y Whitehead, Margaret (2006). Conceptos y principios de la lucha contra las desigualdades sociales en salud: Desarrollando el máximo potencial de salud para toda la población- Parte 1. Centro Colaborador de la OMS para la Investigación Política de los Determinantes Sociales de la Salud, Universidad de Liverpool.
Declaración y Plataforma de Acción de Beijing. Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (1995).
Izquierdo Benito, María Jesús (2003). Del sexismo y la mercantilización del cuidado a su socialización: Hacia una política democrática del cuidado. Donosti: Emakunde.
OECD (2019). Health at a Glance 2019: OECD Indicators. Paris: OCDE.
OMS (2009). Resumen analítico. Las mujeres y la salud: los datos de hoy la agenda de mañana. Suiza: Organización Mundial de la Salud.
PNUD (2019). Informe sobre Desarrollo Humano 2019 Más allá del ingreso, más allá de los promedios, más allá del presente: Desigualdades del desarrollo humano en el siglo XXI. Nueva York: PNUD.
Ruiz Cantero, María Teresa (2009). Sesgos de género en la Atención Sanitaria. Nueva Salud Pública 4. Sevilla: Escuela Andaluza de Salud Pública, Consejería de Salud, Junta de Andalucía.
Ruiz Cantero, María Teresa (2019). Perspectiva de género y derechos humanos en las enfermedades infecciosas. Monografías 39. 20-29.
Sen, Gita y Östlin, Piroska (2007). Women and Gender Equity Knowledge Network. Final Report to the WHO Commission on Social Determinants of Health. Suiza: Organización Mundial de la Ssalud.
Tasa-Vinyals, Elisabeth, Giral Mora, Marisol y Raich, Rosa María (2015). Sesgo de género en medicina: concepto y estado de la cuestión. Cuadernos de medicina psicosomática y psiquiatria de enlace, 113, 14-25.
Valls Llobet, Carme (2020). Mujeres invisibles para la medicina: desvelando nuestra salud. Madrid: Capitán Swing.
[i] https://www.oecd.org/acerca/miembros-y-socios/
[ii] www.msc.es/organizacion/sns/planCalidadSNS/enfCardiovascMujerEspana.htm