Género, desarrollo y cambio climático en África Oriental
Almudena Villarino Martínez
Escuela de Gobierno, Universidad Complutense de Madrid
La Tierra, fuente de sustento de la vida y la humanidad, está experimentando cambios drásticos cuyos efectos podemos observar cada vez con mayor claridad. Puesto que somos ecodependientes, los cambios en el clima y sus efectos impactan directamente sobre las personas, alterando las vías de acceso a recursos para el sostenimiento de la vida y por tanto de las sociedades.
El cambio climático supone una de las mayores amenazas para la vida y aunque sus consecuencias se observan en todos los rincones del planeta, éstas impactan de forma diferenciada no sólo entre las regiones, sino también entre las personas en función de su , edad, clase social, etnia, origen o lugar de residencia (IPCC, 2018; CEDAW, 2018).
El género como constructo social impone roles diferenciados a las personas en función del sexo biológico, asignando valores, tareas y capacidades diferentes a hombres y mujeres. La imposición de estos roles establece la existencia de relaciones de poder asimétricas, que sitúan a las mujeres en una posición inferior respecto de los hombres, y que se manifiestan, entre otras, en el acceso y control de los recursos naturales.
Los roles de género sostenidos por la división sexual del trabajo implican que mujeres y hombres se relacionen de forma diferente con el medio natural. Mientras los hombres son los encargados de generar recursos económicos a través del trabajo remunerado, a las mujeres se les asigna las tareas reproductivas que sostienen la vida de los hogares y comunidades. La realización de estas tareas domésticas y de cuidados depende directamente del acceso a los recursos que la naturaleza les brinda, como el agua, la tierra o los recursos energéticos. El cambio climático y sus efectos impactan de forma directa en la disponibilidad de estos recursos, especialmente en las zonas rurales de los países del Sur Global, haciendo que las mujeres se vean más expuestas y vulnerables ante la escasez (Castañeda, Sabater, Owren y Boyer, 2020; Masika, 2002).
En este artículo se exploran los vínculos entre el cambio climático y las relaciones de género en el marco del desarrollo, repasando algunos de los impactos que actualmente azotan el medio rural de África Oriental.
La Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (CMNUCC) define el cambio climático como un cambio en el estado clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana. Las evidencias científicas señalan como esa actividad humana acelera los procesos de calentamiento global y degradación del planeta, resultando ser una causa determinante del cambio climático (IPCC, 2018).
El carácter antropógeno del cambio climático guarda una estrecha relación con el sistema capitalista, centrado en la extracción de recursos del planeta, la producción y el crecimiento ilimitados. El capitalismo es también la base del modelo de desarrollo que venimos experimentando desde el pasado siglo. Un desarrollo único exportado a nivel global y sostenido en las relaciones desiguales de poder entre personas y regiones del Norte y del Sur. Este modelo no sólo ha disparado las emisiones de gases de efecto de invernadero y los procesos de degradación de los ecosistemas, sino que ha intensificado la pobreza y las desigualdades especialmente en los países del Sur.
Dada esta realidad nacieron nuevas formas de entender el desarrollo que situaron en el centro la vida de las personas y del planeta. Por un lado, en los albores de la década de los noventa, el Informe Brundtland planteaba la necesidad de caminar hacia un desarrollo sostenible, es decir, hacia la satisfacción de las necesidades básicas de las personas sin comprometer los recursos y ecosistemas para las generaciones venideras. Por otro lado, el paradigma de desarrollo humano se centró en la idea del bienestar y la creación de oportunidades para que todas las personas puedan vivir una vida digna.
Sin embargo, los esfuerzos institucionales en esta dirección parecen estar lejos de transformar las bases de un desarrollo que parece ir contra la vida. Los datos de Global Footprint Network (2019) revelan que cuanto mayor es el desarrollo humano, mayor es la huella ecológica[1]. Actualmente los países con altos índices de desarrollo humano, en su mayoría del Norte Global, utilizan más recursos de los que la Tierra les puede proveer, viviendo como si tuviéramos entre dos y cuatro planetas. Se ha experimentado desarrollo humano, esencialmente en regiones del Norte, pero éste ha sido en detrimento de la vida del planeta y de las personas de los países del Sur. Esto nos remite a la idea de que el desarrollo humano sostenible resulta incompatible con el sistema económico capitalista en el que se basa y que ya ha superado los límites físicos de la Tierra.
Siguiendo los datos de Global Footprint Network (2019) el continente africano, con una media de desarrollo humano bajo, es la región que menos contribuye al cambio climático y sin embargo la que más sufre por sus efectos. Pero ¿cómo estos efectos suponen un problema para el desarrollo desde la perspectiva de género?
El cambio climático exacerba los niveles de pobreza, que ya a priori esta feminizada, siendo las mujeres el 70% de las personas en condición de pobreza a nivel global. Además, se estima que los índices de pobreza se multipliquen en las próximas décadas a causa del cambio climático (IPCC, 2018), provocando la desaparición de comunidades y el incremento de flujos migratorios internos y externos.
El calentamiento global está provocando el aumento de fenómenos meteorológicos extremos cuyos impactos más evidentes se observan en la agricultura y los medios de vida en las zonas rurales. En África subsahariana, las mujeres son responsables del 75% de producción de alimentos para los hogares (Nellemann, Verma, and Hislop, 2011), además de ser las encargadas de su comercialización de los mercados locales. La escasez de lluvias provoca sequías cada vez más prolongadas que alteran los ciclos de las cosechas y la salud del ganado, afectando negativamente a la producción de alimentos y a la seguridad alimentaria (Afifi, Govil, Sakdapolrak, and Warner, 2012).
Además, las tareas de recolección y administración de agua para el hogar y en muchos casos para la comunidad están asociadas a mujeres y niñas. Las sequías les obligan a caminar más horas al día aumentando la carga de trabajo y exponiéndose a riesgos en la salud, pero también a mayor riesgo de violencia y explotación sexual. Las niñas de Etiopía entrevistadas en el estudio de Goulds (2011) señalaban que las sequías eran cada año más prolongadas y que el tiempo empleado en realizar la tarea de recolección de agua aumentó de 2 a 10 horas diarias en unos pocos años. Este hecho supone que muchas de las niñas se vean obligadas a abandonar la escuela para poder realizar estas tareas esenciales.
Si bien la escasez de lluvias y las sequías afectan negativamente sobre los cuerpos de mujeres y niñas, el exceso de agua también intensifica la desigualdad de género. Las cada vez más acusadas e inesperadas lluvias torrenciales están provocando inundaciones en muchas partes de la región, provocando la pérdida de los cultivos, de propiedades y limitando de nuevo el acceso a la satisfacción de necesidades básicas. Debido a los roles de género, la gran mayoría de las mujeres no saben nadar, por lo que son las personas que menos sobreviven a los ciclones e inundaciones (Masika, 2002; Castañeda, Sabater, Owren y Boyer, 2020).
Las tensiones y el estrés que se generan como consecuencia de estos desastres climáticos tienden a elevar los niveles de violencia de género en los hogares. En los casos de Uganda y Sudán del Sur, las manifestaciones de estas violencias van desde el incremento de la violencia física y sexual al control y venta de las tierras cultivadas por mujeres y de las que dependen familias enteras (Castañeda, Sabater, Owren y Boyer, 2020).
Otro de los efectos del calentamiento global se da sobre la actividad pesquera, en la que existe una clara división del trabajo. Los hombres, dueños de las barcas, se encargan de la pesca mientras las mujeres son responsables de la compra de pescado para su procesamiento y comercialización en mercados locales. Una práctica extendida en países como Kenia, Uganda o Somalia es la negociación por parte de los pescadores de relaciones sexuales con las mujeres (generalmente en condiciones de pobreza) a cambio de la venta de sus productos. El aumento de temperaturas de las masas acuáticas implica un importante descenso de la cantidad de peces y por tanto de productos que vender. Esta situación contribuye a promover esta forma de violencia contra los cuerpos de las mujeres, que incrementa los riesgos de contagio del VIH tan presente en esta región (Castañeda, Sabater, Owren y Boyer, 2020).
Por otro lado, son cada vez más los estudios que vinculan el cambio climático, la pobreza y la falta de acceso a recursos con el aumento de casos de matrimonio infantil. En países como Etiopía, Uganda, Kenia y Sudán del Sur las niñas son vendidas a sus futuros maridos a cambio de ganado o dinero, con el fin de aliviar la carga económica frente a la escasez de recursos en el núcleo familiar. No hay que obviar los factores culturales preexistentes relativos a esta práctica, pero esta decisión también puede ser entendida como un mecanismo de adaptación al cambio climático, que para muchas familias supone una boca menos que alimentar y la garantía de supervivencia de las hijas (North, 2010; Goulds, 2011; Castañeda, Sabater, Owren y Boyer, 2020). Sin embargo, los matrimonios infantiles son una violación de los derechos de las niñas e implican graves riesgos para su salud y su desarrollo humano. Las diferentes formas de violencia, la explotación sexual, la contracción de enfermedades o los embarazos en edades tempranas son las principales consecuencias de esta práctica (Goulds, 2011). Esta situación también provoca el abandono temprano de la escuela, lo cual limita las oportunidades de las niñas para construir su futuro y contribuye a perpetuar las condiciones de pobreza.
Como se puede observar, la crisis climática es también una crisis humana y supone un importante obstáculo para el desarrollo humano y sostenible. Son diversos los impactos negativos sobre los cuerpos de las mujeres y las niñas de esta región. No obstante, es importante recalcar que el hecho de ser las más afectadas no sólo les convierte en víctimas sino también en protagonistas de la mayoría de las iniciativas de adaptación y mitigación de los efectos del cambio climático en las regiones que más lo sufren (Masika, 2002; Nellemann, Verma, and Hislop, 2011). La agencia de las mujeres o capacidad para tomar decisiones vitales se manifiesta en la emergencia de procesos de acción colectiva, basados en la solidaridad y el apoyo mutuo, encaminados a construir diversas formas de resiliencia basadas en la sostenibilidad ambiental (Masika, 2002; Nellemann, Verma, and Hislop, 2011).
Estas evidencias ponen de manifiesto la necesidad urgente de desplazar la mirada hacia la vida, entendida como un todo, y de redefinir nuestra relación con el planeta que nos sostiene.
Bibliografía
Afifi, T., Govil, R., Sakdapolrak, P., and Warner. K., (2012). Report Nº1. Climate change, vulnerability and human mobility. Perspectives of refugees from the east and horn of Africa Institute of Environment and Human security. UNHCR. Disponible en: https://www.unhcr.org/en-au/protection/environment/4fe8538d9/climate-change-vulnerability-human-mobility-perspectives-refugees-east.html
Castañeda, I., Sabater, L., Owren, C. and Boyer, A.E. (2020). Gender-based violence and environment linkages: The violence of inequality. Wen, J. (ed.). Gland, Switzerland: IUCN. Disponible en: https://portals.iucn.org/library/sites/library/files/documents/2020-002-En.pdf
Convention on the Elimination of all Forms of Discrimination Against Women Committee (CEDAW) (2018). CEDAW General Recommendation No. 37 on Gender-related dimensions of disaster risk reduction in the context of climate change. Available at: https://tbinternet.ohchr.org/Treaties/CEDAW/Shared%20Documents/1_Global/CEDAW_C_GC_37_8642_E.pdf
Global Footprint Network. (2019). Ecological footprint (in number of earths). National footprint and biocapacity. Disponible en: https://www.footprintnetwork.org/our-work/sustainable-development/
Goulds, S. (ed.) (2011). Weathering the storm: adolescent girls and climate change. Plan International. Disponible en: https://plan-international.org/publications/weathering-storm
Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC). (2018). Resumen para responsables de políticas. En: Calentamiento global de 1,5 °C. [Masson-Delmotte V., P. Zhai, H.-O. Pörtner, D. Roberts, J. Skea, P.R. Shukla,. … T. Waterfield (eds.)]. Disponible en: https://www.ipcc.ch/site/assets/uploads/sites/2/2019/09/IPCC-Special-Report-1.5-SPM_es.pdf
Masika, R. (ed.) (2002). Gender, development and climate change. Disponible en: https://oxfamilibrary.openrepository.com/bitstream/handle/10546/121149/bk-gender-development-climate-change-010102-en.pdf%3Bjsessionid%3DA4B7684A68798E3F98EE003B9DB62E18%3Fsequence%3D1
Nellemann, C., Verma, R., and Hislop, L. (eds). (2011). Women at the frontline of climate change: Gender risks and hopes. United Nations Environment Programme. Disponible en: http://wedocs.unep.org/handle/20.500.11822/7985
North, A., (2010). Drought, drop out and early marriage: feeling the effects of climate change in East Africa. Equals: Newsletter for beyond the Access: Gender Education and development, 24, pag. 12. Recuperado de: https://cdn.atria.nl/ezines/IAV_606069/IAV_606069_2010_24.pdf
[1] La huella ecológica es un indicador que mide los activos ecológicos que una población determinada requiere para producir los recursos naturales que consume (incluyendo alimentos a base de plantas, fibras, ganado, productos pesqueros, madera y otro productos forestales, espacio para la infraestructura urbana) y para absorber sus residuos, especialmente las emisiones de carbono (Global Footprint Network: https://www.footprintnetwork.org/our-work/ecological-footprint/)