Movimientos Feministas y COVID-19
María Jesús González Sanz
Escuela de Gobierno, Universidad Complutense de Madrid
Con la llegada de la pandemia global provocada por la COVID-19 se ha evidenciado uno de los temas centrales de debate del movimiento feminista: que el sistema socioeconómico actual pone a los mercados capitalistas en el centro en lugar de a la propia vida, inhibiendo la responsabilidad colectiva para su sostenimiento. El colapso de los sistemas sanitarios y el miedo por la supervivencia, sobre todo de las personas mayores, ha sacado a la luz los trabajos de cuidados no remunerados. La expansión del virus ha mostrado que los trabajos de cuidados son imprescindibles para nuestra supervivencia y que el sistema socioeconómico actual no los reconoce y minusvalora. De manera tradicional, la economía “oficial” se ha preocupado solamente por los procesos que tienen que ver con la acumulación de capital (capitalismo): trabajo remunerado, mercados (producción de bienes y servicios, financieros), industrialización, etc. Dejando al margen todas las actividades de sostenibilidad de la vida humana. Una de las primeras autoras en utilizar el concepto de sostenibilidad de la vida (al menos en el contexto español) fue Cristina Carrasco (2001). Este concepto implica múltiples dimensiones que tienen que ver con la satisfacción de las necesidades de las personas (cuidados, interdependencia y ecodependencia) y permite darnos cuenta que esta lógica de los cuidados entra en contradicción con la lógica del capitalismo (máximo beneficio monetario privado) ya que tienen ritmos y exigencias muy diferentes.
Desanclar miradas de los mercados: la perspectiva feminista
En consecuencia, se hace necesario explicar el sistema socioeconómico con una perspectiva feminista que nos permita visibilizar todo lo que se queda al margen. Como indica Amaia Pérez (2019) la economía feminista[1] denuncia que el paradigma neoclásico económico se asienta sobre profundos sesgos androcéntricos, no se consideran a las mujeres presentes en la economía considerada productiva ni se tiene en cuenta el ámbito de la reproducción. Asimismo, la economía ecológica también acusa a este paradigma por ser antropocéntrico: considera la naturaleza como un input más dentro del objetivo de generar riqueza, imponiendo un modelo extractivista y medioambientalmente insostenible.
La economía feminista utiliza la metáfora del iceberg para explicar y mostrar la totalidad del sistema económico. En la parte emergente del iceberg se sitúa lo que la economía neoclásica ha monetizado, es decir, el “trabajo productivo” formado por las estructuras y las instituciones del sistema capitalista: mercado financiero, empresas, clase trabajadora[2], bancos, mercados, bolsa de valores, Estado, etc. Esto es la esfera visible masculinizada porque implica transacciones monetarias, visión asentada en la idea reduccionista de identificar que economía es igual a dinero y trabajo es por aquello que te pagan. Por su parte, en la parte sumergida, oculta del iceberg, se ubican las actividades del “trabajo reproductivo” que tienen que ver con los procesos que hacen posible la vida: los recursos de la naturaleza, lavar, cocinar, cuidado de personas dependientes (enfermos/as, niños/as y personas mayores), disposición sexual y afectiva, reproducción, etc. Se trata de trabajos no monetizados (y feminizados), por lo tanto, invisibles para el sistema económico capitalista hegemónico. Esta metáfora ayuda a entender los argumentos más relevantes de la economía feminista, entre los que destacan estos tres aspectos: la visibilización de las esferas económicas ocultas a manos de las mujeres; la necesidad de esta base del iceberg oculta para que la estructura se mantenga y la total dependencia de las dos partes del iceberg (en este sistema una no puede existir sin la otra). Si medimos este iceberg en términos de tiempo de trabajo, dejando atrás la lógica de medición monetaria, la base es mucho más grande que la parte visible y en “términos de vida” mucho más relevante, ya que es la responsable de asegurar lo más básico, de sostener la vida (Amaia Pérez, 2006).
El conflicto capital vida: cuando el virus se atraviesa en el sistema
Por lo tanto, el virus ha operado como detonante de lo que el Movimiento Feminista lleva denunciando desde hace mucho tiempo, que el objetivo social deberían ser las personas y no el capital, es decir, posicionar a los cuidados como el eje vertebrador de una nueva economía (Cristina Carrasco, 2013). Esta pandemia ha evidenciado (más si cabe) cuáles son las condiciones o actividades que posibilitan la vida, esto es, lo que no se ha podido parar cuando todo lo demás se ha parado. Rompiendo el perverso mito de la autosuficiencia, es decir, todas las personas somos vulnerables y necesitamos de cuidados todos los días, somos seres interdependientes, necesitamos de los demás para poder desarrollar nuestra vida.
La lucha feminista ha denunciado históricamente que la responsabilidad de sostener la vida está privatizada, feminizada e invisibilizada. Siendo el propio sistema económico capitalista el que exige un modelo de mercantilización de la vida que se sostiene gracias al desarrollo de un modelo de socialización bajo unas pautas de género. Basándonos en la argumentación realizada por María Jesús Izquierdo (2003) en su estudio sobre la socialización del cuidado, expone que bajo este modelo se construye una subjetividad femenina y masculina con rasgos sexistas apuntalados en la división sexual del trabajo, donde las mujeres están caracterizadas por un cierto tipo de rasgos (mayor conexión con los demás, mayor disposición a satisfacer las necesidades ajenas, más sensibles a las necesidades de cuidados) y los hombres por otros (visión centrada en la provisión, eliminación de obstáculos y protección de los más débiles). Estas subjetividades cómplices justifican una división sexual del trabajo configurada dentro de la metáfora del iceberg, donde los aspectos en torno al cuidado ponen a las mujeres en una situación de explotación, puesto que “aportan un trabajo que no las beneficia, ni es reconocido, y que fortalece la posición social y política de quienes se benefician del mismo”.
En definitiva, la pandemia provocada por el brote del COVID-19 revela una parte importante de la lucha histórica acumulada por el movimiento feminista. En primer lugar, pone en crisis al sistema porque, como no puede ser de otra manera, la vida se impone y se necesitan urgentemente los trabajos que son necesarios para poder vivir, como, por ejemplo, el trabajo en hospitales (médicos, médicas, personal de enfermería, personal de limpieza, de cocina, personal de residencias de ancianos o personas en situación de dependencia…), pero dejamos por nombrar aquí muchos otros trabajos esenciales que hasta ahora el sistema ha invisibilizado. En segundo lugar, esta crisis ha demostrado que cuando los cuidados entran a formar parte de las lógicas lucrativas del sistema capitalista surgen los problemas porque no resultan rentables (suponen un alto coste para este modelo económico). Por lo tanto, es el momento de plantearse otras formas de actuación entre lo público y lo social-comunitario. Finalmente, muestra que los trabajos que permiten la vida no son reconocidos por el sistema, tienen un menor valor de mercado y se encuentran altamente feminizados y racializados.
Bibliografía:
Carrasco, Cristina (2001). La sostenibilidad de la vida humana: ¿un asunto de mujeres? Mientras Tanto, 82, 43-70.
Carrasco, Cristina (2013). El cuidado como eje vertebrador de una nueva economía, Cuadernos de Relaciones Laborales, 31(1), 39-56.
Izquierdo, María Jesús. (2003). Del sexismo y la mercantilización del cuidado a su socialización: hacia una política democrática del cuidado. Cuidar cuesta: costes y beneficios del cuidado, 121-133.
Pérez, Amaia (2006). Perspectivas feministas en torno a la economía: el caso de los cuidados (1ª ed.). Madrid: Consejo Económico y Social.
Pérez, Amaia (2019). Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida (4ª ed.). Madrid: Traficantes de Sueños Mapas.
[1] Dentro de lo que se ha considerado como “economía feminista” hay una pluralidad de miradas sobre la economía, pero todas ellas tienen como punto de partida el descubrimiento del otro oculto, es decir, la denuncia de la construcción del sistema económico sobre la ausencia de las mujeres. Amaia Pérez (2019) distingue tres corrientes de pensamiento económico feminista: economía de género (no cuestiona el capitalismo, visión incompleta de las actividades económicas: “añada mujeres y revuelva”), economía feminista integradora (visibiliza la parte oculta del capitalismo y la interrelación entre ambas partes) y economía feminista emancipadora (propone una mirada transversal, poner el foco en la “sostenibilidad de la vida”, es decir, descentrar los mercados).
[2] Dentro de esta metáfora se identifica a la clase trabajadora como el “trabajador champiñón”: persona que llega a su puesto de trabajo lavada, comida y planchada, lista para preocuparse solamente de producir. Es decir, aparece “espontáneamente” con las necesidades básicas de vida resueltas y su trabajo invisibiliza todo lo demás necesario para la vida.