Género y COVID-19: Tendencias Globales
Cristina Soler Polo
Escuela de Gobierno, Universidad Complutense de Madrid
La situación actual de pandemia provocada por la COVID-19 ha derivado no sólo en una crisis sanitaria, sino en una crisis económica y social a nivel global sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. La gestión de esta crisis está siendo un reto a nivel internacional, tanto en términos económicos como políticos y sociales. Dicha gestión resulta especialmente compleja teniendo en cuenta que nos encontramos en un mundo globalizado, donde los mercados ocupan cada vez más poder frente a los gobiernos y las políticas neoliberales se están reforzando de manera acelerada (Klein, 2007).
Frente al valor de lo común, el individualismo existente en las sociedades de hoy en día, pone en evidencia la fragilidad del sistema (económico, político y social). No hay lugar para aceptar la vulnerabilidad de las personas, el cuidado, y la inter y eco dependencia como aspectos intrínsecos a la experiencia humana (Carrasco, 2017; Herrero, 2011; Pérez, 2014). De esta manera, ya se empieza a hablar del colapso del sistema, no tanto porque el virus en sí lo haya hecho colapsar, sino porque ha visibilizado sus conflictos estructurales sobre los que se asienta.
Los hospitales de todo el mundo se han visto desbordados, sobre todo aquellos donde la inversión en sanidad pública es muy deficitaria. Las regiones donde la pobreza ya era elevada, se han visto doblemente perjudicadas. Los grupos de mayor riesgo como las personas mayores, han sido los más afectados en términos de mortalidad. Las personas migrantes han quedado atrapadas en países donde no se les ofrece protección alguna pero tampoco tienen posibilidad de retorno. La conciliación ha supuesto una preocupación para los gobiernos, y, sobre todo, para las mujeres. La producción se ha paralizado y el planeta lo ha agradecido, reduciéndose notablemente los niveles de contaminación. Los trabajos más precarios e incluso los no remunerados, como las tareas de cuidados que ejercen las mujeres, han sido claves y esenciales. Las economías se han desplomado, sobre todo aquellas que dependen en gran parte del turismo. Las situaciones de precariedad han aumentado, más aún donde la protección social es más débil.
Aunque esto no es novedoso, visibiliza la fragilidad e insostenibilidad del sistema al que hacíamos alusión previamente. Partiendo de esta reflexión, se pueden hacer dos lecturas sobre la actual pandemia. Por un lado, entender que la situación es una oportunidad que puede dar lugar a reflexiones y nuevas formas de organización social más igualitarias y sostenibles, que supongan una alternativa real al sistema que se reconoce debilitado. Por el contrario, también puede suponer un mayor riesgo que reproduzca e intensifique los mecanismos de precarización y vulnerabilidad de personas y grupos en los sectores más desfavorecidos.
En este sentido, “el virus por sí solo no discrimina, pero los humanos seguramente lo hacemos, modelados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo” (Butler, 2020, p.62). Y de forma similar, también replica, intensifica y extiende a la población en su conjunto un modelo de gestión dominante (Preciado, 2020, p.168).
Impacto de la COVID: Más allá de la economía
Un reciente estudio de la CEPAL (2020a), calcula una bajada del 5,2% del PIB mundial, en concreto, del 7% en las economías que denominan desarrolladas, y del 1,6% en las emergentes. En cuanto a personas en situación de pobreza, se espera un importante incremento, pasando de 185.5 millones de personas en 2019 a 230,9 en 2020, de las cuales el 37% representan a población latinoamericana. Cabe resaltar que, aún siendo cifras alarmantes, son datos que reflejan de manera parcial la realidad, ya que el PIB no incluye la economía informal y las formas de medir la pobreza excluyen a muchas personas, que aún estándolo, no entran dentro de los baremos oficiales establecidos.
Teniendo en cuenta que la pobreza afecta de manera desigual según distintas variables como la edad o el sexo y que existen más mujeres que hombres en situación de pobreza (lo que se conoce como “feminización de la pobreza”) (García, 2009; ONU Mujeres, 2017; World Bank Group, 2018), es fundamental analizar qué impactos de género está teniendo y tendrá a largo plazo la COVID-19. En este sentido, se esperan por tanto consecuencias diferenciadas ante una situación tan extrema como la que estamos viviendo. Por ello, es necesario incluir la perspectiva de género en cualquier análisis y medidas sobre la COVID (CEPAL, 2020a; European Women’s Lobby, 2020; Instituto de la Mujer, 2020; ONU Mujeres, 2020; PNUD, 2020). También es importante incorporar una mirada interseccional, que tenga en cuenta, no sólo las circunstancias específicas de las mujeres sino también las de las personas migrantes y en situación irregular, las de las zonas rurales (ya que muchas medidas se están pensando desde la lógica de la ciudad), la de la población indígena, de la infancia y adolescencia, o la del colectivo LGTB (como la población trans, con menos acceso al mundo laboral, según ILGA, 2020).
El peso de la informalidad económica en regiones como Latinoamérica y el Caribe supone una mayor precarización y escasa o nula protección social, por lo que también es necesario establecer medidas específicas que protejan a las personas más allá de aquellas que contribuyen al sistema formal (PNUD, 2020). Encontramos el caso de México, que, a raíz de esta crisis, ha ratificado el convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2020), sobre derechos laborales de las trabajadoras domésticas. Si bien es un paso importante, no hay que olvidar que la mayoría de países todavía no lo han hecho. Tanto la CEPAL (2020b), el PNUD (2020) y el Centro de Desarrollo de la OCDE (2020), afirman que la COVID agudiza aún más la crisis de los cuidados, por la sobrecarga de tareas de las mujeres que aumenta con las medidas de confinamiento, que puede, además, reforzar los roles de género como el rol cuidador asociado a las mujeres.
También se debe tener en cuenta que las mujeres representan el 70% de personas ocupadas en el sector de la salud a nivel mundial (WHO, 2019), por lo que son agentes clave y protagonistas en la prevención, atención y contención de la situación, lo que a su vez tiene un impacto sobre sus propias tareas de cuidado y conciliación.
Según el PNUD (2020), al aumento de la pobreza hay que sumarle las propias condiciones materiales e infraestructura en las que se encuentran los hogares y contextos regionales en los que viven las mujeres. En las medidas de aislamiento y distanciamiento social interviene también el nivel socioeconómico, pues no se pueden cumplir de igual manera si se vive en la calle, en hogares donde hay hacinamiento o donde el acceso al agua es limitado.
En cuanto a la violencia de género durante los meses de confinamiento, se ha podido observar un importante repunte de solicitudes de ayuda, principalmente a través de consultas telefónicas (Instituto de la Mujer, 2020). La situación se ha agravado, ya que el riesgo aumenta considerablemente al confinarse en casa si se convive con el agresor. También pueden surgir tensiones, aumento del estrés y deterioro en las relaciones, como consecuencia del propio escenario e incertidumbre, y con cuestiones relacionadas con el riesgo a perder el trabajo, que en el caso de los hombres se ven sometidos a una alta presión, al ser, a menudo, responsables principales de sustentar la economía familiar, lo que puede derivar en un incremento de las situaciones de violencia. (UNFPA, 2020; WHO, 2020).
En cuanto a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, la Organización Mundial de la Salud alerta de que estos pueden verse aún más limitados por el contexto actual de pandemia, donde los recursos sanitarios están más colapsados e inestables (WHO, 2020).
Esta crisis provocada por la COVID-19 supone un aumento de la pobreza y de las condiciones de precariedad, y ha puesto de manifiesto el limitado acceso a los recursos (sanitarios, sociales, laborales, tecnológicos), la existente crisis de cuidados y un aumento de la violencia de género, donde son las mujeres uno de los grupos más afectados a nivel mundial (CEPAL, 2020a; PNUD, 2020).
Incorporar la igualdad como principio democrático primordial, combatir la violencia machista, caminar hacia una economía feminista que pone el cuidado de la vida en el centro y construir un sistema sanitario equitativo, son algunos de los elementos necesarios en la construcción de un marco de actuación que tenga en cuenta el género como un aspecto clave en el abordaje de la COVID-19 (European Women’s Lobby, 2020).
Bibliografía:
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