Trabajo no remunerado
Universidad Complutense de Madrid
Isis Labrunie
La esfera oculta de la Economía
El trabajo no-remunerado es aquel que es realizado sin pago. La mayor parte de éste es llevado a cabo por mujeres mediante labores de cuidados, especialmente tareas domésticas y atención a la dependencia. Aunque este tipo de trabajo es fundamental para garantir la sustentabilidad de la vida humana, creando las condiciones necesarias para que prospere, el mismo es infravalorado.
El imaginario occidental relata la organización socioeconómica en base al flujo circular de la renta. Esta metáfora esquemática – fundamento de los modelos capitalistas – marca una clara separación entre los hogares, vistos como agentes de consumo y ofertantes de mano de obra; y las empresas, productoras de bienes y servicios mediante la transformación de recursos vía trabajo. En este modelo, los grandes protagonistas son la industria y los mercados; mientras, los hogares se leen como agentes pasivos y la naturaleza como un medio a explotar. Toda interacción que ocurra fuera del llamado ámbito productivo es infravalorada, limitándose la esfera económica a los ámbitos monetarizados.
De esta manera, los trabajos de cuidados no son reconocidos como parte de la economía, aunque sean el pilar que la sostiene. No solo eso, sino que los datos demuestran que el total de trabajo no-remunerado es igual o superior al monto del recompensado monetariamente[1]. Por lo que podemos afirmar que la economía mercantilizada – protagonista de toda política y debate público – se apoya en gran parte en un esfuerzo que tiene lugar fuera de los mercados y que, por ello, es ignorado y considerado como apolítico.
Comprender de forma más realista los procesos económicos y construir sociedades más justas, exige cambiar nuestro enfoque y visibilizar el trabajo no-remunerado.
Los Hogares: ¿ámbito reproductivo o productivo?
Tal como señala el esquema básico del flujo de la renta, los hogares cumplen la función de dotar de mano de obra al llamado ámbito productivo; transformando criaturas humanas en individuos competitivos en el mercado laboral. Las personas más aptas para el sistema – normalmente las que cuentan con trabajos bien pagados, o lo que Picchio llamaría «trabajos de hombres»[2] – demandan grandes cantidades de cuidados. Pues dicho modelo de individuo debe delegar aquellas funciones básicas que aseguran su supervivencia y que – supuestamente – no son provechosas para su productividad.
Así, el mejor individuo trabajador es aquel que carece de responsabilidades de cuidados, ni necesidades propias. Amanece cada día «libre de toda carga y plenamente disponible para las necesidades de la empresa»[3]. Un arquetipo de trabajador, que aunque poco realista, marca un ideal y prolifera en base al mito de la autosuficiencia; que imagina a los humanos como dependientes solo en las primeras y últimas etapas de la vida, siendo completamente autónomos mientras hagan parte del mundo laboral y el mercado satisfaga sus necesidades.
No obstante, en la realidad, la transformación de mercancías en satisfacción exige trabajo no-remunerado. Como bien planteó Katrine Marçal en ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?[4], en última instancia no es el interés propio – convertido en virtud por la mano invisible – lo que nos sustenta. Pues el ciclo económico – que va desde la producción hasta la satisfacción de una necesidad – no se cierra en el momento que se realiza una compra, sino que solo finaliza mediante el trabajo no-remunerado. Siguiendo el ejemplo de Adam Smith: la satisfacción de su necesidad llega, no cuando el carnicero egoísta le vende la carne sino – como concluiría Marçal – cuando su madre, Margaret Douglas, le sirve la cena.
Margaret personifica la pieza que falta en la lectura capitalista y que impide percibir el papel económico de los hogares; no solo como compradores y ofertantes de mano de obra, sino como ámbitos de producción, donde se crean y amplían bienes y servicios, generándose bienestar. Lo que nos lleva a cuestionar la renta como máximo indicador de la calidad de vida y, por consiguiente, nos obliga a replantearnos los mismos conceptos de riqueza y pobreza; así como la equivalencia entre igualdad y redistribución de la renta.
Las mujeres como cuidadoras
En prácticamente la totalidad de sociedades, las mujeres son responsabilizadas de la mayor parte de los trabajos no-remunerados, variando drásticamente el tiempo que dedican a estas labores según las condiciones de vida. Ya que aquellas que tienen más recursos, compran el tiempo de aquellas que tienen menos, dando forma al mercado de cuidados/trabajo doméstico.
Asimismo, con la entrada en masa de las mujeres en el mundo laboral, gran parte de las mujeres en economías desarrolladas cargan con las labores de cuidados y al mismo tiempo participan en el mundo laboral capitalista. Evidenciándose que no se tratan de labores sustitutivas, sino que los cuidados para las mujeres son un trabajo acumulativo[5]. Lo que evidencia que la división sexual del trabajo se vincula con misma la identidad sexual.
Por ello, entender nuestro sistema socioeconómico implica analizar las «dimensiones económicas de la matriz heterosexual»[6]. Es decir, la relación que sociedad exige que los individuos tengan con la economía para ser plenamente reconocidos como mujer u hombre. Entendiendo que esta construcción no es universal, por lo que, aunque la feminización de cuidados sea internacional, no se trata de un fenómeno homogéneo.
Si nos ceñimos al contexto occidental, la actual relación entre identidad sexual y economía se empieza a cristalizar tras la Revolución Industrial. Si bien los cimientos de la división sexual del trabajo occidental son anteriores[7], las sociedades contemporáneas surgen con la economía de mercado; que provocaría una fuerte dicotomía entre la vida pública y privada, acentuando – con ayuda estatal, mediante la promulgación de leyes que restringirían el trabajo y salario femenino[8] – las diferencias entre “productores” y “reproductoras”.
Los mercados capitalistas pasarían a ser el centro de la vida contemporánea, a nivel material, simbólico y político. Determinando nuestras escalas de valoración, procesos vitales y la misma comprensión de la vida; redefiniendo qué es ser hombre y qué es ser mujer. Así, en términos económicos, la construcción de la masculinidad en nuestro contexto pasa por el trabajo remunerado: tener un empleo, una profesión y un salario, otorga identidad y reconocimiento bajo los parámetros de la masculinidad. Mientras, la feminidad pasa en gran medida por una construcción de sí para las demás personas, obteniéndose sentido identitario y reconocimiento social mediante la realización de las tareas que posibilitan la vida ajena, supeditando a ello la vida propia; una lógica de sacrificio – o «ética reaccionaria del cuidado»[9] – que sostiene la existencia humana, a la vez que la pone en peligro al enmascarar el conflicto capital-vida.
El Conflicto Capital-Vida
Tal como hemos visto, una economía competitiva exige una mano de obra que delegue sus responsabilidades de cuidado; asimismo, el trabajo no-remunerado es mediador indispensable entre los mercados y el bienestar. Por tanto, la lógica de acumulación supone no solo la apropiación de trabajo remunerado – lo que el marxismo denominaría la apropiación de la plusvalía – sino también la captación de grandes cantidades de trabajo no-remunerado[10]. Por lo que el conflicto capital-trabajo no se da solo con los trabajos asalariados, sino también con los no-pagados.
No solo eso, sino que el propio Estado de Bienestar favorece el mantenimiento de la perspectiva capitalista mercadocéntrica; siendo en gran parte culpable de que la responsabilidad de mantener la vida esté privatizada, feminizada e invisibilizada. Es una estrategia de Estado mantener los cuidados en los hogares, asegurándolo mediante la infravaloración, invisibilización y negación de derechos. En esas premisas se basa la aplicación de las políticas públicas – tal como el sistema sanitario o educativo – que se diseñan contando con ingentes cantidades de trabajo no-remunerado.
El futuro de los cuidados
La falta de corresponsabilidad con la vida por parte del Estado y el mercado carga a los hogares con la cuasi totalidad de los cuidados. Los cuales, a su vez, debido a la falta de corresponsabilidad por parte de las masculinidades, son transferidos a las figuras femeninas; quienes lo asumen de acuerdo con la ética del cuidado que las hace inteligibles en la matriz heterosexual; es decir, que las hace ser más reconocidas y valorizadas dentro de una sociedad, conforme a la percepción hegemónica respecto a cómo debería ser una mujer. Sin embargo, el género no es una categoría monolítica, sino que se construye conforme se ejercita. Y en nuestro contexto, el prototipo de ama de casa ya no parece ser el modelo a seguir incluso para gran parte de las que se lo pueden permitir económicamente; lo que ha potenciado la entrada masiva de mujeres al mundo laboral en las últimas décadas, alterando significativamente el modelo de reparto sexual del trabajo. El cual también se ha visto afectado por otros factores menos señalados, como la privatización de los cuidados, la precarización laboral, el modelo urbano – caracterizado por la individualización de la vida y la necesidad de vigilancia constante de las criaturas – o el envejecimiento de la población. Todo ello, ha provocado una creciente necesidad de cuidados, incompatible con la reducción de personas disponibles para efectuarlos; conformando una verdadera crisis.
Esta tensión ha llevado a un fenómeno característico de la época que vivimos: el auge de las cadenas de cuidados internacionales. Las cuales mitigan y ocultan la falta de compromiso colectivo con la vida; que es, en última instancia, el motivo que lleva a unas mujeres a emigrar y a otras a demandar trabajadoras extranjeras para incorporarse al mercado laboral. Ahondando en dos problemas al esconder, por un lado, la carencia de corresponsabilidad por parte de las masculinidades, las empresas y los Estados del Norte Global; profundizando al mismo tiempo en las crisis de cuidados de los países emisores, debido al desplazamiento de las mujeres/cuidadoras.
Si miramos el caso de España y otros países europeos, veremos que el Estado favorece este tipo de comercialización de los cuidados; potenciándolo como sinónimo de conciliación[11]. El respaldo a este modelo, así como la infravaloración de los trabajos de cuidados, se aprecia claramente en el Régimen Especial de las Empleadas del Hogar español; que niega derechos laborales como vacaciones, pagas extraordinarias o pensiones de jubilación[12]. Mediante estas “facilidades”, las mujeres acomodadas se ven animadas por el Estado a solucionar sus problemas de conciliación contratando a otras mujeres, sin que se vea cuestionada la corresponsabilidad social o siquiera los problemas de conciliación de las “empleadas”. Las cuales – pese a ser el sector sobre el que se legisla – no son el objetivo de esa política, que profundiza en la precariedad de aquellas que se dedican a los cuidados.
Esta gestión de los cuidados es insostenible y socialmente inaceptable. Sin embargo, en un sistema centrado en los mercados, no podemos subestimar el peso que éstos tienen en la asignación de valores. Por lo que la meta de hacer de los cuidados un eje económico fundamental, en un modelo capitalista, implica la introducción de éstos en la lógica de mercados. La cuestión es como se llevará a cabo este proceso.
En definitiva, la transición de una economía de acumulación a una centrada en la sostenibilidad de la vida empieza en los mismos hogares – con la corresponsabilidad masculina – pero se extiende mucho más allá. Implicando un gran cambio ético que atraviese todas las instituciones y estructuras. Para solo así alcanzar una corresponsabilidad social vigente en todas las esferas de la especie humana y su relación con el entorno vivo.
Referencias:
Camacho, M., Cordero, M., Gómez, V., Ruiz, N. (Prods.), Camacho, M. Clos,M., Cordero, S., Gómez, V., Jiménez, L., Suarez, C. (Dir.). (2013). Cuidado Resbala [Vídeo]. España: Círculo de Mujeres.
Durán, M. Á. (2002). Los costes invisibles de la enfermedad. Madrid: Fundación BBVA. Marçal, K. (2016). ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Barcelona: Debate.
Orozco, A. (2006). Perspectivas entorno a la Economía: el caso de los cuidados. Madrid: Consejo Económico y Social.
—– (2014). Subvención Feminista de la Economía: Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Madrid: Traficantes de Sueños.
—– (2015). La sostenibilidad de la vida en el centro… ¿y eso qué significa? En L. M. Alba (coord.), La Econología del Trabajo: el trabajo que sostiene la vida (p. 71-100). Madrid: Bomarzo, p.94.
Picchio, A. (2012). Un Enfoque Macroeconómico Ampliado de las Condiciones de vida. En L.A. Concha (coord.) La Economía Feminista como un Derecho (p.43-67). México DF: Red Nacional Género y Economía.
PNUD (1995). Informe sobre Desarrollo Humano, México, p.1. Orozco, A. (2016) Mundo laboral y el enfoque feminista.
[1] PNUD 1995, p.7.
[2] Picchio, 2012, p.34.
[3] Orozco, 2009, p.3.
[4] Marçal, 2016.
[5] Produciendo tensiones como la doble jornada, triple ausencia o suelo pegajoso; conceptos que remiten a la difícil conciliación entre trabajos de cuidados, mercado laboral y participación sociopolítica.
[6] Orozco, 2014, p.166.
[7] Recuérdese la percepción de los clásicos de las mujeres como naturaleza y los hombres como política.
[8] Orozco, 2006.
[9] Orozco, 2015, p.94.
[10] Orozco, 2014.
[11] La conciliación es entendida desde las instituciones como un esfuerzo exclusivamente femenino; siendo las mujeres – nacionales o inmigrantes – quienes deben modificar su actuación para alcanzarlo.
[12] Camacho, M., Cordero, M., Gómez, V., Ruiz, N. (Prods.), 2013.