Definición – Wikigender https://www.wikigender.org/es/ Gender equality Wed, 07 Dec 2022 14:51:46 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 INTERSECCIONALIDAD: Genealogía y debates actuales. https://www.wikigender.org/es/wiki/interseccionalidad-genealogia-y-debates-actuales/ https://www.wikigender.org/es/wiki/interseccionalidad-genealogia-y-debates-actuales/#respond Thu, 05 Nov 2020 09:44:11 +0000 https://www.wikigender.org/?post_type=userpress_wiki&p=25687 Nabila Chedid

Escuela de Gobierno. Universidad Complutense de Madrid

 

El uso del concepto de interseccionalidad es relativamente reciente y parece estar en auge en los debates feministas. Sin embargo, esta perspectiva teórica, metodológica y política tiene su origen en perspectivas y aportes de hace más de dos siglos de antigüedad.

Este texto presenta una síntesis de su genealogía, que pretende, además, poner en valor y tomar conciencia del alcance teórico y crítico de esta perspectiva analítica. A partir de la construcción histórica del término se abordarán los debates actuales en torno a su teorización y aplicación.

En la Francia de 1791, Olympia de Gouges, escritora, dramaturga, defensora de la igualdad y de los derechos de las mujeres y activista contra la esclavitud, reescribió, a modo de protesta, la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, basándose en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, que sólo reconocía la condición de ciudadanía a los hombres. En su declaración estableció analogías entre la dominación colonial y la dominación patriarcal, comparando la situación de las mujeres y de las personas esclavas.

Es reseñable también la aportación de Soujurner Truth, considerada la precursora del black feminism – feminismo negro. Fue una mujer estadounidense nacida y crecida como esclava y activista en la lucha por la abolición de la esclavitud y los derechos de las mujeres negras. En 1851, en la Convención por los Derechos de las Mujeres de Akron, Ohio, pronunció un discurso en el que preguntó hasta en cuatro ocasiones al público asistente: Ain´t I a woman – ¿Acaso no soy una mujer?, confrontando así “la concepción burguesa de la feminidad con su propia experiencia como mujer negra esclava” (Viveros, 2016, p.3) y exponiendo los prejuicios de clase y el racismo que imperaban en los movimientos de mujeres que aquel entonces.

También en el continente americano, destaca la contribución de Clorinda Matto de Turner, escritora y periodista peruana. En 1899 escribió su obra Aves sin nido, libro por el que le etiquetaron de subversiva por el reconocimiento que manifestó hacia la realidad indígena y por las críticas que vertió sobre la Iglesia, ya que señaló la vulnerabilidad de la condición étnico-racial y de género que sufrían las mujeres indígenas, en forma de abusos sexuales, por parte de los gobernadores y curas locales.

Ya en el siglo XX, en abril de 1977, la Colectiva del Río Combahee, un colectivo feminista de mujeres negras estadounidenses, redactaron un manifiesto que recogía una de las ideas clave de lo que hoy se conoce como interseccionalidad: “Como negras, vemos el feminismo negro como el lógico movimiento político para combatir las opresiones simultáneas y múltiples a las que se enfrentan todas las mujeres de color” (Manifiesto Colectiva del Río Combahee: Una declaración negra feminista, 1977). Siguiendo con el legado de Soujurner Truth, se posicionaron contra la hegemonía del feminismo blanco por los sesgos de raza, heterosexismo y clase que se imponían al emplear la categoría mujer. De esta época son referentes, feministas hoy en día internacionalmente reconocidas, como Audre Lorde, belle hooks, Cherrie Moraga, Gloria Andalzúa, Angela Davis o María Lugones.

Unos años después, en el Segundo Encuentro Feminista de América Latina y Caribe, celebrado en Lima, en 1983, diversos colectivos y movimientos feministas reivindicaron, de nuevo, la importancia de tener en cuenta la cuestión del racismo en los debates políticos en torno al movimiento feminista: la necesidad de análisis feministas más profundos en relación a la búsqueda de las opresiones sufridas por las mujeres era cada vez más evidente.

En 1989 la abogada afro-estadounidense Kimberlé Crenshaw acuñó, por primera vez, el término de interseccionalidad con la intención de crear un concepto de uso práctico para analizar desigualdades concretas y omisiones jurídicas que estaban sufriendo las mujeres negras en Estados Unidos[1].  La aplicación de la interseccionalidad que Crenshaw planteó era y continúa siendo contextual y práctica (Viveros, 2016). No obstante, es relevante destacar que situó el origen de estos abusos, violencias y discriminaciones, en sistemas interconectados de opresión como el racismo, el machismo y el clasismo. Asimismo, vinculó directamente este sistema de opresiones con el feminismo hegemónico del momento, pues según sus planteamientos, legitimaba de alguna manera la situación a las que se enfrentaban las mujeres negras. Distinguía además entre interseccionalidad estructural y política: la primera hace referencia a la experiencia personal que tienen las personas que sufren opresiones interseccionales, mientras que la segunda se refiere al marco teórico que subyace a las políticas públicas de igualdad, que visibilizan o no, dichas experiencias interseccionales de las personas (Sales, 2017).

En esta línea, Patricia Hill Collins, pedagoga y académica norteamericana, construyó, en el año 2000, su planteamiento reinterpretando el concepto de interseccionalidad acuñado por Kimberlé Crenshaw, siendo la primera autora en referirse a la interseccionalidad ya como un paradigma. Explicaba que al conectarse múltiples formas de opresión se constituye una matriz de dominación que favorece el desequilibrio estructural al superponer identidades y jerarquías sociales, conformando una superestructura rígida, pero de formas y modelos cambiantes. Hacía especial hincapié en que el análisis debía circunscribirse a las estructuras sociales, distanciándose un poco del excesivo recurso del examen de narración de identidades, lo que no excluye, por otro lado, que la aproximación deba hacerse desde un marco tanto micro como macro.

El posicionamiento en cuanto a desde dónde abordar la interseccionalidad fue en esa época el centro del debate: Kathy Davis (2008) – Intersectionality as a buzzword. A sociology of science perspective on what makes a feminist theory succesful – consideraba que la sistematización del enfoque que planteó en 2007 Ange Marie HancockIntersectionality as a normative and empirical paradigm – no necesariamente representaba un avance para la epistemología del feminismo negro, tomando en cuenta el origen histórico y acento que este ejercicio reflexivo tiene en el testimonio y el relato. Por otra parte, en lo referido a los niveles en los cuales el análisis interseccional debía ser desarrollado, Dorthe Staunes (2011) – Intersectionality: a theoretical adjustment – sostenía que éste debía desarrollarse en las dimensiones subjetivas de las relaciones de poder, muy en sintonía con los enfoques estructuralistas y postmodernos (Viveros, 2016).

En esta época, también es significativa, la relectura de la interseccionalidad desde el realismo crítico y la teoría de la complejidad que propusieron, en 2012, Sylvia Walby, Jo Armstrong y Sofia Strid – Intersectionality: Multiple Inequalities in Social Theory –. Plantearon seis dilemas para lograr un uso más eficaz: i) la distinción entre interseccionalidad estructural y política; ii) la tensión entre las categorías y las desigualdades; iii) la importancia de la clase; iv) el equilibrio entre la fluidez y la estabilidad; v) las relaciones competitivas, cooperativas, jerárquicas y hegemónicas entre las desigualdades y entre los proyectos; y vi) el enigma de la visibilidad en la tensión entre la formación mutua y la constitución mutua de las desigualdades. Su propuesta, de forma muy sintetizada, se basaba en pensar la sociedad como un sistema social abierto y complejo, de múltiples niveles, que se relacionan entre sí, pero que no son reducibles unos a otros.

Por último, señalar también, las aportaciones críticas de Maria Carbin, Sara Edenheim y Sara Salem para entender en qué punto está actualmente el debate en torno a la interseccionalidad.

Maria Carbin y Sara Edenheim (2013) centran su crítica en las dificultades que puede conllevar el adoptar una teoría inclusivista de la interseccionalidad:

Se debe aceptar que no todas las teorías de género son reducibles a un paradigma interseccional; hay que aceptar que las teorías interseccionales surgieron en un momento histórico determinado, y por lo tanto se debe tener esto en cuenta si se quiere catalogar como tales teorías propuestas de manera anterior a la introducción del concepto de interseccionalidad; se debe respetar la diferencia entre las teorías de género, y aceptar que a veces los conflictos entre ellas son preferibles a forzar consensos que puede implicar la pérdida de elementos críticos importantes y el que las teorías se desvirtúen (se estaría ofreciendo entonces una visión incompleta y sesgada de las mismas); finalmente, hay que tener cuidado de que este inclusionismo no incorpore, de manera irreflexiva elementos marginadores e incluso racistas (González-Arnal, Stella, 2014, pp. 78-79).

En cuanto a Sara Salem (2016), la aportación crítica que plantea, radica en la idea de la interseccionalidad como una teoría ambulante que se ha adaptado al discurso académico y político neoliberal, pasando de ser una “perspectiva celebratoria de la diversidad, que no un intento por explicar las desigualdades sociales y de poder” (citado por Tomeu Sales, 2017, p. 249). Propone repensar la interseccionalidad desde el feminismo marxista y la crítica al capitalismo global para explicar las relaciones de opresión, y por tanto de explotación, y cómo éstas interactúan y pasan a un primer plano determinando divisiones sociales y configurando realidades trasnacionales.

En relación a lo expuesto, es indiscutible que la concreción de la perspectiva interseccional sigue en auge y en debate en los estudios de género y en la teoría feminista. Tras este recorrido por sus orígenes y posicionamientos más recientes, se vislumbra que no hay todavía consenso en cuanto a la definición como tal de interseccionalidad, lo que sugiere que la teorización acerca del concepto sigue vigente.

Sin embargo, sí hay consenso en que el objetivo principal al emplear un análisis interseccional, es abordar críticamente los diferentes ejes de poder que atraviesan a los colectivos oprimidos y privilegiados de las sociedades: se utilizan diversas categorías, se exploran las relaciones entre ellas (cómo se construyen, interactúan o intra-actúan), se rechaza el esencialismo, se critican los análisis aditivos de la opresión y se favorece la contextualización. Además, todos los aportes expuestos anteriormente, coinciden en la importancia de pensar las realidades sociales como relacionales. Esto es, partir de la base de que las relaciones sufren asimetrías en cuanto al acceso al poder produciendo situaciones de vulnerabilidad, opresión y por tanto privilegio: la situación de vulnerabilidad de una persona o colectivo, se debe a la situación de privilegio de otra persona o colectivo. En palabras de Tomeu Sales “Es necesario un análisis crítico de los diferentes aspectos que el discurso interseccional ha desarrollado y tomarnos en serio las diferentes críticas que se han formulado, para pasar de una teoría social a una teoría política crítica del poder” (2017, p. 254).


BIBLIOGRAFÍA

Carbin, Maria. and Edenheim, Sara. (2013). The intersectional turn in feminist theory: A dream of a common language? European Journal of Women’s Studies 20(3), 233-248. doi:10.1177/1350506813484723

Colectiva del Río Combahee. (1977). Manifiesto Colectiva del Río Combahee: Una declaración negra feminista. Recuperado de https://www.herramienta.com.ar/articulo.php?id=1802

Crenshaw, Kimberlé. (1989). Demarginalizing the intersection of race and Sex: a Black feminist Critique of antidiscrimination Doctrine, feminist Theory and antiracist Politics”. University of Chicago Legal Forum, 139-67.

Crenshaw, Kimberlé. (1989). Demarginalizing the intersection of race and Sex. University of Chicago.

Crenshaw, Kimberlé. (1991). Mapping the Margins: intersectionality, identity Politics and Violence against Women of Color. Stanford law review, 43 (6), 1241-1299.

Davis, Kathy. (2008) Intersectionality as a buzzword. A sociology of science perspective on what makes a feminist theory successful. Feminist theory, 9(67), 67-85.

González-Arnal, Stella. (2014). La enseñanza de la teoría de género desde una perspectiva interseccional en un contexto internacional: Una mirada crítica. En Goetschel, Ana María y Espinosa, Betty (coord.) Hacia posgrados en inclusión social y equidad en America Latina. Experiencias y Reflexiones. (p. 73-87). Quito: Ediciones FLACSO-Sede Ecuador.

Hancock, Ange Marie. (2007). Intersectionality as a Normative and Empirical Paradigm. Politics & Gender, 3(2), 248-254. doi:10.1017/S1743923X07000062

Hill Collins, Patricia. (1990). Black feminist Thought. NY: Routledge.

Hooks, Bell. (1981). Ain’t i a Woman. Boston: South End Press

Matto de Turner, Clorinda (1889). Aves sin nido. Lima: Imprenta del Universo de Carlos Prince.

Salem, Sara. (2018). Intersectionality and its discontents: Intersectionality as traveling theory. European Journal of Women’s Studies 25(4):403-418. doi:10.1177/1350506816643999

Sales, Tomeu. (2017). Repensando la interseccionalidad desde la Teoría Feminista. AGORA. Papeles de filosofía, 36/2. 229-256.

Staunæs, Dorthe and Søndergaard, Dorte Marie. (2011). Intersectionality: a theoretical adjustment. In Buikema, Rosemary; Griffin, Gabriele and Lykke, Nina (coord.). Theories and methodologies in postgraduate feminist research: researching differently. (pp. 45-59) New York: Routledge Advances in Feminist Studies and Intersectionalities.

Viveros, Mara. (2016). La interseccionalidad: una aproximación situada a la dominación. Debates Feministas, 52. 1-17.

Walby Sylvia, Armstrong Jo and Strid, Sofia. (2012). Intersectionality: Multiple Inequalities in Social Theory. Sociology, 46(2), 224-240. doi:10.1177/0038038511416164


[1] En 1976 un grupo de mujeres negras se querellaron contra la corporación General Motors porque la entidad había estado contratando a mujeres blancas para ocupar cargos administrativos, mientras que los hombres negros eran contratados en el sector industrial, dejando fuera a las mujeres negras. La querella tomó como base la cláusula VII de la ley de Derechos Civiles de 1964 (Civil rights Act), alegando que estaban siendo discriminadas por razones de género y/o etnia. El grupo perdió el caso. El Tribunal de Distrito falló que, como General Motors ya contrataba a mujeres (blancas), la compañía no discriminaba por razones de género, ni tampoco lo hacía por razones de etnia, pues sí contrataba a personas negras (hombres).

 

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Comprender las bases de la Economía Feminista https://www.wikigender.org/es/wiki/comprender-las-bases-de-la-economia-feminista/ https://www.wikigender.org/es/wiki/comprender-las-bases-de-la-economia-feminista/#respond Mon, 17 Aug 2020 14:54:43 +0000 https://www.wikigender.org/?post_type=userpress_wiki&p=25443 Jenifer Rodríguez

Universidad Complutense de Madrid (CSEG)

 

La economía feminista pone en el centro de sus prioridades la vida de las personas, el trabajo de los cuidados que es realizado por mujeres de todo el mundo, y en general, la sostenibilidad, porque sostenibles son los cuidados si hay un modelo que lo hace posible, y sin ellos, el mundo se para. Somos las mujeres las que cuidamos el mundo y existe una rama de la economía que lo valora y lo pone el centro.

  1. La economía feminista: la sostenibilidad de la vida

Son varias las categorías que caracterizan a nuestro sistema económico actual ya que no sólo es capitalista, sino también heteropatriarcal, colonialista y antropocéntrico. Donna Haraway lo denominaría «esa cosa escandalosa» (Haraway 1991; citado por Perez Orozco, 2014) y contra esa cosa es que la economía feminista encuentra la fuerza para hacer crítica. (Conferencia ICEI).

En ese sentido la economía feminista se posiciona como la alternativa a la economía ortodoxa, con gran sesgo androcéntrico y que atribuye al hombre económico [1] características universales, poniendo en el centro la desigualdad de género para explicar el funcionamiento de la lógica económica. Rodríguez (2015)

Sánchez (2015) afirma que «el análisis que realiza la economía feminista ha sido fundamental no sólo para comprender las experiencias económicas de las mujeres, sino también la economía en su conjunto». (p. 59).

Para la economía feminista son varios los conceptos que transcienden los límites. Entendiendo que el mercado va más allá de su propio concepto, que el trabajo no es sólo el trabajo remunerado, que la economía es un proceso que satisface necesidades y donde la presencia de la mujer juega un valor fundamental.

Es importante incorporar la variable de género para entender el funcionamiento de la economía y la diferente posición de mujeres y hombres como agentes económicos y beneficiarios de las políticas públicas.

A diferencia de la economía normativa la economía feminista pone en el centro la sostenibilidad de la vida, tanto humana como no humana [2]. En palabras de Carrasco (2013) esta disciplina tiene en cuenta lo que está por debajo que sostiene el mercado: el cuidado y la naturaleza.

Lo importante no es la producción de capital sino la reproducción de la vida desde una propuesta política y social, convirtiendo a la economía más que en un elemento académico y científico en una herramienta social y política transformadora del sistema económico. En palabras de Pérez Orozco (2016) «Una vida que merezca la pena ser vivida». (p. 160).

Pero ¿cómo es una vida que merezca la pena ser vivida? Para la economía normativa la percepción del mantenimiento de los procesos de vida sólo es entendida desde el punto de vista mercantil y desde la concepción de las relaciones jerárquicas dentro en el mercado. Beneficio contra bienestar de las personas, dos objetivos incompatibles. Lo ideal sería poner uno al servicio del otro, aunque en la actualidad el poder ha decidido apostar por el capital, quedando las personas al servicio del capitalismo y del patriarcado.

Regresando a la base de la economía feminista la sostenibilidad de la vida que plantea se puede entender desde tres principios:

  • Sostenibilidad ecológica y social

Va más allá de la reproducción social desde el punto de vista de superar las relaciones de poder propias de la reproducción social-patriarcal que ponen en peligro la propia vida de las personas.

El enfoque de la sostenibilidad de la vida habla actualmente de la existencia de una contradicción entre el capital y la vida. «Las feministas entienden que existe una contradicción entre la obtención de beneficios capitalistas y el mantenimiento de las condiciones de vida» (Picchio 1992; Bosch et al. 2005 citado por Sánchez, 2015, p. 69).

  • Centrar la vida en lugar de los mercados

El androcentrismo económico legitima qué debe considerarse económico y qué debe considerarse trabajo, excluyendo a todo lo que califica como no económico, generando además una jerarquización de las actividades, dando más valor a las que se consideran dentro del mercado.

Entonces la economía feminista propone una revisión y ampliación de conceptos para incluir todas las actividades que forman parte de la sostenibilidad de la vida. Aquí se enmarca el trabajo del hogar y cuidados como actividad dirigida a conservar y mantener a las personas.

  • Las personas son vulnerables y dependientes

Se considera que toda persona es un cuerpo vulnerable que pierde energías, enferma y muere, un cuerpo cargado de pasiones, afectos y creatividad, un cuerpo, al fin y al cabo, con necesidades fisiológicas y afectivas. La perspectiva plantea que toda persona, y en cada momento de nuestra vida, necesita al resto para sobrevivir. Es decir, somos todas interdependientes (Carrasco 2006; Fineman 2006; Pérez Orozco 2006b citado por Sánchez, 2015). Por tanto, si somos vulnerables las personas no pueden ser consideradas como mercancías, tal como muestra la economía hegemónica.

Dicho esto, la economía, así como el sexo y el género, también es una construcción social y, por tanto, puede ser deconstruida y reconstruida a través de una lógica propositiva que integre el cuidado dentro de la economía (Burns, 2007).

  1. Economía que cuida

Para Rodríguez (2015) desde la perspectiva económica feminista el trabajo de los cuidados cumple una función esencial en la economía capitalista: La reproducción de la fuerza de trabajo. Gracias a esta labor cada día las trabajadoras y trabajadores alcanzan las condiciones adecuadas para poder desempeñarse dentro del mercado laboral. De tal forma que pareciera que la fuerza de trabajo asume un papel de trabajador champiñón[3] que brota de la nada y se presenta en su espacio laboral en óptimas condiciones para presentarse ante el mercado.

Sin embargo, en la economía convencional este análisis está invisibilizado, aunque para la crítica feminista el sistema es incapaz de sostenerse sino es en base a estos trabajos invisibles de cuidado no remunerados.

El capitalismo se ha alimentado del patriarcado. Desde la economía convencional se tienen en cuenta los hogares como un agente económico destinado al consumo de bienes y a la provisión de fuerza de trabajo, donde además se ejecuta una división sexual del trabajo[4] en el que los cuidados domésticos recaen específicamente sobre las mujeres. Sin embargo, no se tiene en cuenta lo que sucede al interior de los hogares, el trabajo no remunerado no está a la venta en el mercado, aunque se encarga de reproducir a los miembros que en él habitan.

Según la autora «podría decirse que el trabajo de cuidado no remunerado que se realiza dentro de los hogares (y que realizan mayoritariamente las mujeres) constituye un subsidio a la tasa de ganancia y a la acumulación del capital», por tanto, al empoderamiento económico. (p. 40).

El trabajo realizado desde y dentro de los hogares proporciona bases de desarrollo a nivel emocional, de cuidado y socialización, que no pueden ser adquiridos en el mercado. Al mismo tiempo lo que se produce dentro del ámbito doméstico incrementa la renta nacional, un aspecto no considerado en el Producto Interior Bruto de los países.

Por tanto, las mujeres contribuyen de una forma primordial al valor económico para el desarrollo de los países. En esta línea, Carrasco (2013) afirma que «El sistema capitalista no podría subsistir sin el trabajo doméstico y de cuidados, depende de él para el mantenimiento de la población y la reproducción de la necesaria fuerza de trabajo» (p. 44).

Referencias:

Burns, A.T. (2007). Politizando la pobreza: Hacia una economía solidaria del cuidado (1ª ed.). El Salvador: Progressio e IMU (Instituto de Investigación, Capacitación y Desarrollo de la Mujer)

Carrasco, C. (2013). El cuidado como eje vertebrador de una nueva economía. Cuadernos de Relaciones Laborales, 31(1), 39-56.

Círculo de Mujeres (Prod.), Camacho, M. (Dir.) (2013). Cuidado resbala [DVD]. España: Círculo de Mujeres. Recuperado de http://cuidadoresbala.com/el-documental/

Pérez Orozco, A. (2010). Cadenas globales de cuidados. ¿Qué derechos para un régimen global de cuidados justo? Instituto Internacional de Investigaciones y Capacitación de las Naciones Unidas para la Promoción de la Mujer (UN-INSTRAW).

Pérez Orozco, A. (2012). Cadenas globales de cuidados, preguntas para una crisis. Revista Diálogos, 13-15.

Pérez Orozco, A. (2014). Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. (1ª Ed). Madrid: Traficantes de sueños.

Pérez Orozco, A. y Artiaga, A. (2016). Tres años de aprendizaje colectivo y global sobre los cuidados. ¿Por qué nos preocupamos por los cuidados? Colección de ensayos en español sobre la economía de los cuidados. Women UN Training Centre.

Rodríguez, C. (2015). Economía feminista y de Cuidado. Revista Nueva Sociedad, 256.

Sánchez-Cid, M. (2015). De la reproducción económica a la sostenibilidad de la vida. Revista de Economía Crítica, 19, 58-76.

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[1] Según el texto de Corina Rodríguez y en palabras de Amaia P. Orozco entiéndase Homos Económicus como sujeto representativo de la humanidad con características universales: hombre, blanco, adulto, heterosexual, sano, de clase media.

[2] Vinculación con la economía ecológica y solidaria.

[3] Según Pérez Orozco la metáfora del champiñón responde a la idea de que la gente brota en el mercado dispuesta a trabajar y/o consumir por generación espontánea. (p. 154).

[4] Rodríguez (2015) afirma que «El proceso de distribución de trabajo en el interior de los hogares es parte de la mencionada división sexual del trabajo, la cual está determinada tanto por pautas culturales como por racionalidades económicas».

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El trabajo doméstico y de cuidados no remunerado https://www.wikigender.org/es/wiki/el-trabajo-domestico-y-de-cuidados-no-remunerado/ https://www.wikigender.org/es/wiki/el-trabajo-domestico-y-de-cuidados-no-remunerado/#respond Thu, 26 Mar 2020 08:39:35 +0000 https://www.wikigender.org/?post_type=userpress_wiki&p=24401 Universidad Complutense de Madrid 

Rebecca Hvizdalek Dixon

¿Qué es el trabajo doméstico no remunerado?

El trabajo doméstico y de cuidados, conocido también como el trabajo reproductivo, se puede definir en términos generales como los trabajos invisibles llevados a cabo en la esfera privada del hogar y a nivel socio comunitario para el cuidado y la reproducción de la vida humana. Más concretamente, el Instituto Nacional de las Mujeres de Costa Rica define el trabajo doméstico no remunerado como las actividades que abarcan: “cuidados personales, quehaceres domésticos del hogar (cocinar, limpiar, hacer compras, mercado, lavar ropa, planchar, etc.), tareas de cuido (niños, niñas, personas enfermas, personas dependientes y quienes tienen algún tipo de discapacidad) y trabajo voluntario, como las que se realizan en las comunidades, fundaciones de ayudas sociales, organizaciones religiosas, políticas, patronatos escolares, entre otras” (“Valorarización del trabajo doméstico no remunerado- TDNR”, s.f.).

Aunque en ciertas ocasiones este trabajo es remunerado, como es el caso de las y los trabajadoras/res domésticas/os contratadas por empresas o particulares, la mayoría de las veces este tipo de trabajo no es remunerado y es realizado mayoritariamente por mujeres. Según un análisis del periódico español El País de la última Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística, las mujeres españolas destinan 26,5 horas a la semana a trabajos sin remuneración frente a los hombres que destinan 14 horas. Es más, los datos se mantienen aun cuando las mujeres trabajan a media jornada (29,6 horas por 13,9) y a jornada completa (25,2 horas por 13,9) (Gómez, 2018).

Aunque la aportación del trabajo reproductivo al bienestar de la familia, los hogares y la comunidad es cada vez más reconocida y analizada, su valor económico es a menudo invisibilizado y menospreciado, ya que de esta manera permite desplazar costes a la esfera doméstica. En México, por ejemplo, el valor del trabajo de los hogares en 2015 fue valorado por El Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (2014) en 4.6 billones de pesos, lo que supone un 23,2% del producto interno bruto (PIB). Según el periódico Mexicano La Vanguardia, la aportación del trabajo en los hogares realizado por los miembros de la familia, de la cual las mujeres aportan un 77.2 de cada 100 horas de labores en casa, “supera la aportación que hacen al PIB las industrias manufactureras, que contribuyen con 16.5 por ciento; y la minería, que genera 7.6 por ciento de la actividad económica del país, de acuerdo con datos del Inegi” (El valor del trabajo doméstico no remunerado equivale al 24% del PIB: Inegi, 2016).

En Euskadi, comunidad autónoma española, según el Instituto Vasco de Estadística (2013), el valor del trabajo doméstico no remunerado ascendió a 21.342 millones de euros en 2013, representado un 32, 4% del PIB. Estos se comparan con “las de Francia y España en 2010, donde el trabajo doméstico en relación al PIB fue del 36% y del 41%, respectivamente” (Azumendi, 2016). En todos los casos mencionados, las mujeres se ocupan desproporcionadamente de las tareas relacionadas con el trabajo reproductivo. Y mientras que las aportaciones a la economía son considerables, no son remuneradas. Es más, las políticas sociales siguen sin lograr la redistribución de estas tareas fuera del hogar. Sumado con la brecha salarial y la desigualdad de oportunidades en la vida laboral, se puede observar que son facetas de la desigualdad de género.

¿Por qué no se considera trabajo?

Lejos de ser natural, la división de trabajo entre hombres y mujeres y su distribución desigual es fruto de procesos históricos que han otorgado más valor al trabajo productivo que al trabajo reproductivo y de relaciones de poder entre mujeres y hombres, de las normas sociales y de los estereotipos de género.

A día de hoy, el concepto de trabajo está estrechamente ligado al empleo remunerado y excluye todas las demás formas de trabajo. De esta manera se puede entender que la actual forma de hacer economía pone la centralidad de los mercados y la lógica de acumulación de capital (trabajo productivo) por encima de la lógica del bienestar humano en todas sus dimensiones (trabajo reproductivo). El sistema socioeconómico ha excluido aquellos trabajos que sostienen el bienestar humano por el coste de reproducción de la fuerza de trabajo. Le es imprescindible mantener oculto las aportaciones que hace el trabajo reproductivo porque permite a empresas capitalistas y a los gobiernos desplazar costes y aumentar así sus beneficios. Como señala Cristina Carrasco (2010), “parece evidente que la producción mercantil capitalista no podría funcionar pagando salarios de subsistencia real” y desplazando los costes hacia la esfera doméstica les permite pagar “una fuerza de trabajo muy por debajo de sus costes” (p.213). El desplazamiento de estos costes hacia la esfera privada ha conllevado a que estas responsabilidades caigan en mano de las mujeres y que el trabajo reproductivo se asocie con lo femenino. Desde esta mirada, la denominada economía feminista, se puede observar que “el hecho mismo que los mercados capitalistas estén en el epicentro supone que no hay una responsabilidad colectiva en sostener la vida; esta responsabilidad se privatiza, feminiza e invisibiliza” (Pérez Orozco, 2014, p.139).

La privatización, invisibilización y feminización del trabajo reproductivo

La responsabilidad de sostener la vida sucede en la esfera privada/doméstica/ reproductiva (los hogares y las comunidades) que quedan fuera de los intercambios monetarios y, por lo tanto, el trabajo reproductivo no se concibe al igual que el trabajo remunerado. Cristina Carrasco (2010) argumenta que la asociación del concepto tradicional de trabajo con empleo remunerado, “no es algo obvio o natural, sino el resultado de un complejo proceso histórico de reconceptualización, que guarda relación con la división sexual del trabajo” y con el modo en que se ha definido el concepto de la economía (p.205). Esta asociación fue el resultado de la industrialización que separó definitivamente las esferas públicas y privadas. El trabajo reproductivo, al no ser objeto de intercambio mercantil, quedó marginado de la esfera pública y excluido de los procesos económicos. Además, al conceptualizar el trabajo remunerado con la actividad del mercado se produjo también una asociación con lo masculino (p.206).

Según Amaia Pérez Orozco (16 diciembre 2015), el trabajo reproductivo está feminizado a nivel simbólico y a nivel material. La economía feminista muestra que el trabajo reproductivo es naturalizado como algo esencialmente femenino ya que “las mujeres siguen llevando a cabo la mayoría del cuidado no remunerado en los hogares y las comunidades; asimismo, la mayoría de las y los trabajadores del cuidado remunerado son mujeres” (Esquivel, 2013, p.3). Los hogares, al igual que las demás instituciones, son heteropatriarcales y socializan diferenciadamente a las mujeres y a los hombres. Mientras que las mujeres se crían para ser cuidadoras y madres en las esferas privadas-domésticas, los hombres se crían para ser los ‘ganadores del pan’ y responsables del crecimiento económico en las esferas públicas. La naturalización del trabajo reproductivo como tarea de mujeres produce una división sexual del trabajo, sin la cual el sistema socioeconómico nunca hubiera funcionado ya que necesita todos los trabajos invisibilizados para sostenerse.

¿Por qué debería considerarse trabajo?

La economía feminista argumenta que los hogares son lugares de producción al igual que los mercados y que el trabajo reproductivo es, en términos reales, trabajo. Por un lado, los hogares contribuyen “un ingreso en especie que produce bienestar” (Esquivel, 2013, p.6). Por otro lado, el trabajo reproductivo abarca una serie de costos (tiempo, esfuerzo, recursos) a quiénes lo realizan y una serie de beneficios a la sociedad y al sistema socioeconómico. Estos beneficios se pueden categorizar en dos tipos: el sostenimiento del estándar de vida y el sostenimiento del tejido de las relaciones familiares y comunitarias (Esquivel, 2013, p.6). Al proporcionar a las personas (niñas y niños, adultos y adultas mayores, personas enfermas) los recursos necesarios para mantener su bienestar físico y emocional en el entorno de su vida cotidiana el trabajo reproductivo se convierte en un requisito para la producción del mercado capitalista. Le proporciona su fuerza de trabajo, bienestar social y le permite desplazar costes para aumentar sus beneficios.

Conclusión

El trabajo doméstico no remunerado, llevado a cabo alrededor del mundo mayoritariamente por mujeres, permanece siendo una de las esferas ocultas del actual sistema socioeconómico. Sin embargo, los datos disponibles demuestran que este trabajo puede llegar a presentar hasta un 36% del PIB anual de un país. Es necesario visibilizar y reconocer formalmente las aportaciones de este trabajo al bienestar humano, social, y económico. Las economistas feministas argumentan que es necesario encontrar maneras de colectivizar y redistribuir estos trabajos por la sociedad, mediante el desarrollo de políticas y financiación a actividades que “respalden la prestación o el acceso a los servicios de cuidado” (Esquivel 2013, p.13).

Referencias

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Gómez, M. (13 de febrero, 2018). La mujer dedica el doble de horas que el hombre al trabajo no pagado. Recuperado de https://elpais.com/economia/2018/02/12/actualidad/1518462534_348194.html

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Valorarización del trabajo doméstico no remunerado- TDNR. (s.f.). Recuperado de http://www.inamu.go.cr/valorizacion-del-trabajo-domestico-no-remunerado

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Universidad Complutense de Madrid 

Isis Labrunie

 

La esfera oculta de la Economía

El trabajo no-remunerado es aquel que es realizado sin pago. La mayor parte de éste es llevado a cabo por mujeres mediante labores de cuidados, especialmente tareas domésticas y atención a la dependencia. Aunque este tipo de trabajo es fundamental para garantir la sustentabilidad de la vida humana, creando las condiciones necesarias para que prospere, el mismo es infravalorado.

El imaginario occidental relata la organización socioeconómica en base al flujo circular de la renta. Esta metáfora esquemática – fundamento de los modelos capitalistas – marca una clara separación entre los hogares, vistos como agentes de consumo y ofertantes de mano de obra; y las empresas, productoras de bienes y servicios mediante la transformación de recursos vía trabajo. En este modelo, los grandes protagonistas son la industria y los mercados; mientras, los hogares se leen como agentes pasivos y la naturaleza como un medio a explotar. Toda interacción que ocurra fuera del llamado ámbito productivo es infravalorada, limitándose la esfera económica a los ámbitos monetarizados.

De esta manera, los trabajos de cuidados no son reconocidos como parte de la economía, aunque sean el pilar que la sostiene. No solo eso, sino que los datos demuestran que el total de trabajo no-remunerado es igual o superior al monto del recompensado monetariamente[1]. Por lo que podemos afirmar que la economía mercantilizada – protagonista de toda política y debate público – se apoya en gran parte en un esfuerzo que tiene lugar fuera de los mercados y que, por ello, es ignorado y considerado como apolítico.

Comprender de forma más realista los procesos económicos y construir sociedades más justas, exige cambiar nuestro enfoque y visibilizar el trabajo no-remunerado.

Los Hogares: ¿ámbito reproductivo o productivo?

Tal como señala el esquema básico del flujo de la renta, los hogares cumplen la función de dotar de mano de obra al llamado ámbito productivo; transformando criaturas humanas en individuos competitivos en el mercado laboral. Las personas más aptas para el sistema – normalmente las que cuentan con trabajos bien pagados, o lo que Picchio llamaría «trabajos de hombres»[2] – demandan grandes cantidades de cuidados. Pues dicho modelo de individuo debe delegar aquellas funciones básicas que aseguran su supervivencia y que – supuestamente – no son provechosas para su productividad.

Así, el mejor individuo trabajador es aquel que carece de responsabilidades de cuidados, ni necesidades propias. Amanece cada día «libre de toda carga y plenamente disponible para las necesidades de la empresa»[3]. Un arquetipo de trabajador, que aunque poco realista, marca un ideal y prolifera en base al mito de la autosuficiencia; que imagina a los humanos como dependientes solo en las primeras y últimas etapas de la vida, siendo completamente autónomos mientras hagan parte del mundo laboral y el mercado satisfaga sus necesidades.

No obstante, en la realidad, la transformación de mercancías en satisfacción exige trabajo no-remunerado. Como bien planteó Katrine Marçal en ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?[4], en última instancia no es el interés propio – convertido en virtud por la mano invisible – lo que nos sustenta. Pues el ciclo económico – que va desde la producción hasta la satisfacción de una necesidad – no se cierra en el momento que se realiza una compra, sino que solo finaliza mediante el trabajo no-remunerado. Siguiendo el ejemplo de Adam Smith: la satisfacción de su necesidad llega, no cuando el carnicero egoísta le vende la carne sino – como concluiría Marçal – cuando su madre, Margaret Douglas, le sirve la cena.

Margaret personifica la pieza que falta en la lectura capitalista y que impide percibir el papel económico de los hogares; no solo como compradores y ofertantes de mano de obra, sino como ámbitos de producción, donde se crean y amplían bienes y servicios, generándose bienestar. Lo que nos lleva a cuestionar la renta como máximo indicador de la calidad de vida y, por consiguiente, nos obliga a replantearnos los mismos conceptos de riqueza y pobreza; así como la equivalencia entre igualdad y redistribución de la renta.

Las mujeres como cuidadoras

En prácticamente la totalidad de sociedades, las mujeres son responsabilizadas de la mayor parte de los trabajos no-remunerados, variando drásticamente el tiempo que dedican a estas labores según las condiciones de vida. Ya que aquellas que tienen más recursos, compran el tiempo de aquellas que tienen menos, dando forma al mercado de cuidados/trabajo doméstico.

Asimismo, con la entrada en masa de las mujeres en el mundo laboral, gran parte de las mujeres en economías desarrolladas cargan con las labores de cuidados y al mismo tiempo participan en el mundo laboral capitalista. Evidenciándose que no se tratan de labores sustitutivas, sino que los cuidados para las mujeres son un trabajo acumulativo[5]. Lo que evidencia que la división sexual del trabajo se vincula con misma la identidad sexual.

Por ello, entender nuestro sistema socioeconómico implica analizar las «dimensiones económicas de la matriz heterosexual»[6]. Es decir, la relación que sociedad exige que los individuos tengan con la economía para ser plenamente reconocidos como mujer u hombre. Entendiendo que esta construcción no es universal, por lo que, aunque la feminización de cuidados sea internacional, no se trata de un fenómeno homogéneo.

Si nos ceñimos al contexto occidental, la actual relación entre identidad sexual y economía se empieza a cristalizar tras la Revolución Industrial. Si bien los cimientos de la división sexual del trabajo occidental son anteriores[7], las sociedades contemporáneas surgen con la economía de mercado; que provocaría una fuerte dicotomía entre la vida pública y privada, acentuando – con ayuda estatal, mediante la promulgación de leyes que restringirían el trabajo y salario femenino[8] – las diferencias entre “productores” y “reproductoras”.

Los mercados capitalistas pasarían a ser el centro de la vida contemporánea, a nivel material, simbólico y político. Determinando nuestras escalas de valoración, procesos vitales y la misma comprensión de la vida; redefiniendo qué es ser hombre y qué es ser mujer. Así, en términos económicos, la construcción de la masculinidad en nuestro contexto pasa por el trabajo remunerado: tener un empleo, una profesión y un salario, otorga identidad y reconocimiento bajo los parámetros de la masculinidad. Mientras, la feminidad pasa en gran medida por una construcción de sí para las demás personas, obteniéndose sentido identitario y reconocimiento social mediante la realización de las tareas que posibilitan la vida ajena, supeditando a ello la vida propia; una lógica de sacrificio – o «ética reaccionaria del cuidado»[9] – que sostiene la existencia humana, a la vez que la pone en peligro al enmascarar el conflicto capital-vida.

El Conflicto Capital-Vida

Tal como hemos visto, una economía competitiva exige una mano de obra que delegue sus responsabilidades de cuidado; asimismo, el trabajo no-remunerado es mediador indispensable entre los mercados y el bienestar. Por tanto, la lógica de acumulación supone no solo la apropiación de trabajo remunerado – lo que el marxismo denominaría la apropiación de la plusvalía – sino también la captación de grandes cantidades de trabajo no-remunerado[10]. Por lo que el conflicto capital-trabajo no se da solo con los trabajos asalariados, sino también con los no-pagados.

No solo eso, sino que el propio Estado de Bienestar favorece el mantenimiento de la perspectiva capitalista mercadocéntrica; siendo en gran parte culpable de que la responsabilidad de mantener la vida esté privatizada, feminizada e invisibilizada. Es una estrategia de Estado mantener los cuidados en los hogares, asegurándolo mediante la infravaloración, invisibilización y negación de derechos. En esas premisas se basa la aplicación de las políticas públicas – tal como el sistema sanitario o educativo – que se diseñan contando con ingentes cantidades de trabajo no-remunerado.

El futuro de los cuidados

La falta de corresponsabilidad con la vida por parte del Estado y el mercado carga a los hogares con la cuasi totalidad de los cuidados. Los cuales, a su vez, debido a la falta de corresponsabilidad por parte de las masculinidades, son transferidos a las figuras femeninas; quienes lo asumen de acuerdo con la ética del cuidado que las hace inteligibles en la matriz heterosexual; es decir, que las hace ser más reconocidas y valorizadas dentro de una sociedad, conforme a la percepción hegemónica respecto a cómo debería ser una mujer. Sin embargo, el género no es una categoría monolítica, sino que se construye conforme se ejercita. Y en nuestro contexto, el prototipo de ama de casa ya no parece ser el modelo a seguir incluso para gran parte de las que se lo pueden permitir económicamente; lo que ha potenciado la entrada masiva de mujeres al mundo laboral en las últimas décadas, alterando significativamente el modelo de reparto sexual del trabajo. El cual también se ha visto afectado por otros factores menos señalados, como la privatización de los cuidados, la precarización laboral, el modelo urbano – caracterizado por la individualización de la vida y la necesidad de vigilancia constante de las criaturas – o el envejecimiento de la población. Todo ello, ha provocado una creciente necesidad de cuidados, incompatible con la reducción de personas disponibles para efectuarlos; conformando una verdadera crisis.

Esta tensión ha llevado a un fenómeno característico de la época que vivimos: el auge de las cadenas de cuidados internacionales. Las cuales mitigan y ocultan la falta de compromiso colectivo con la vida; que es, en última instancia, el motivo que lleva a unas mujeres a emigrar y a otras a demandar trabajadoras extranjeras para incorporarse al mercado laboral. Ahondando en dos problemas al esconder, por un lado, la carencia de corresponsabilidad por parte de las masculinidades, las empresas y los Estados del Norte Global; profundizando al mismo tiempo en las crisis de cuidados de los países emisores, debido al desplazamiento de las mujeres/cuidadoras.

Si miramos el caso de España y otros países europeos, veremos que el Estado favorece este tipo de comercialización de los cuidados; potenciándolo como sinónimo de conciliación[11]. El respaldo a este modelo, así como la infravaloración de los trabajos de cuidados, se aprecia claramente en el Régimen Especial de las Empleadas del Hogar español; que niega derechos laborales como vacaciones, pagas extraordinarias o pensiones de jubilación[12]. Mediante estas “facilidades”, las mujeres acomodadas se ven animadas por el Estado a solucionar sus problemas de conciliación contratando a otras mujeres, sin que se vea cuestionada la corresponsabilidad social o siquiera los problemas de conciliación de las “empleadas”. Las cuales – pese a ser el sector sobre el que se legisla – no son el objetivo de esa política, que profundiza en la precariedad de aquellas que se dedican a los cuidados.

Esta gestión de los cuidados es insostenible y socialmente inaceptable. Sin embargo, en un sistema centrado en los mercados, no podemos subestimar el peso que éstos tienen en la asignación de valores. Por lo que la meta de hacer de los cuidados un eje económico fundamental, en un modelo capitalista, implica la introducción de éstos en la lógica de mercados. La cuestión es como se llevará a cabo este proceso.

En definitiva, la transición de una economía de acumulación a una centrada en la sostenibilidad de la vida empieza en los mismos hogares – con la corresponsabilidad masculina – pero se extiende mucho más allá. Implicando un gran cambio ético que atraviese todas las instituciones y estructuras. Para solo así alcanzar una corresponsabilidad social vigente en todas las esferas de la especie humana y su relación con el entorno vivo.

 

Referencias:

Camacho, M., Cordero, M., Gómez, V., Ruiz, N.  (Prods.), Camacho, M.  Clos,M.,  Cordero,  S.,  Gómez,  V.,  Jiménez,  L.,  Suarez,  C.  (Dir.).  (2013).  Cuidado Resbala [Vídeo].  España:  Círculo de Mujeres.

Durán, M. Á.  (2002).  Los costes invisibles de la enfermedad. Madrid: Fundación BBVA.   Marçal, K.  (2016).  ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Barcelona:  Debate.

Orozco, A.  (2006).  Perspectivas entorno a la Economía:  el caso de los cuidados. Madrid: Consejo Económico y Social.

—– (2014).  Subvención Feminista de la Economía: Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Madrid: Traficantes de Sueños.

—– (2015).  La sostenibilidad de la vida en el centro… ¿y eso qué significa?  En L.  M.  Alba (coord.), La Econología del Trabajo:  el trabajo que sostiene la vida (p.  71-100).  Madrid:  Bomarzo, p.94.

Picchio, A.  (2012). Un Enfoque Macroeconómico Ampliado de las Condiciones de vida.  En L.A. Concha (coord.)  La Economía Feminista como un Derecho (p.43-67).  México DF: Red Nacional Género y Economía.

PNUD (1995). Informe sobre Desarrollo Humano, México, p.1. Orozco, A. (2016) Mundo laboral y el enfoque feminista.

 

 

[1] PNUD 1995, p.7.

[2] Picchio, 2012, p.34.

[3] Orozco, 2009, p.3.

[4] Marçal, 2016.

[5] Produciendo tensiones como la doble jornada, triple ausencia o suelo pegajoso; conceptos que remiten a la difícil conciliación entre trabajos de cuidados, mercado laboral y participación sociopolítica.

[6] Orozco, 2014, p.166.

[7] Recuérdese la percepción de los clásicos de las mujeres como naturaleza y los hombres como política.

[8] Orozco, 2006.

[9] Orozco, 2015, p.94.

[10] Orozco, 2014.

[11] La conciliación es entendida desde las instituciones como un esfuerzo exclusivamente femenino; siendo las mujeres – nacionales o inmigrantes – quienes deben modificar su actuación para alcanzarlo.

[12] Camacho, M., Cordero, M., Gómez, V., Ruiz, N.  (Prods.), 2013.

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Empoderamiento económico y trabajo doméstico https://www.wikigender.org/es/wiki/empoderamiento-economico-y-trabajo-domestico/ https://www.wikigender.org/es/wiki/empoderamiento-economico-y-trabajo-domestico/#respond Thu, 07 Mar 2019 14:42:04 +0000 https://www.wikigender.org/?post_type=userpress_wiki&p=15882 Universidad Complutense de Madrid 

Verónica Pastor Fernández

La contribución de las mujeres a la esfera económica es algo que a día de hoy no se puede obviar, tanto por el trabajo remunerado por cuenta propia o ajena (como empleadas o emprendedoras), como por todo el trabajo doméstico y de cuidados que realizan sin remunerar, gracias al cual sus vidas y las de sus familias y comunidades salen adelante. A pesar de los avances y los reconocimientos en los compromisos internacionales, existe actualmente una gran persistencia de mujeres que son económicamente dependientes.

El empoderamiento económico de las mujeres contribuiría a la reducción de la pobreza y mejoraría la calidad de vida de toda la población. Sin embargo, el modelo económico actual no propicia la igualdad de género, dificultando el acceso de muchas mujeres a empleos de más calidad y mejor remunerados, e impidiendo hacer frente a la desigualdad en la carga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado (Oxfam, 2017).

El empoderamiento económico de las mujeres cuenta con múltiples compromisos internacionales que lo promueven. Algunos ejemplos de los más representativos son:

  • La Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación contra las mujeres (CEDAW) (Naciones Unidas, 1979), en su artículo 11 reconoce el “derecho a igual remuneración, inclusive prestaciones, y a igualdad de trato con respecto a un trabajo de igual valor, así como igualdad de trato con respecto a la evaluación de la calidad del trabajo”. Así mismo, hace referencia al “derecho a la seguridad social, en particular en casos de jubilación, desempleo, enfermedad, invalidez, vejez u otra incapacidad para trabajar, así como el derecho a vacaciones pagadas”.
  • La Plataforma de Acción de Pekín (Naciones Unidas, 1995) reúne seis objetivos específicos para impulsar el empoderamiento económico de las mujeres: promover los derechos económicos y la independencia de las mujeres; facilitar el acceso de las mujeres a los recursos y empleo en condiciones de igualdad; proporcionar capacitaciones y acceso a los mercados, la información y la tecnología; fortalecer la capacidad económica de las mujeres y sus redes comerciales; eliminar la segregación ocupacional y todas las formas de discriminación en el empleo; y promover la armonización del empleo y las responsabilidades familiares de hombres y mujeres.
  • Entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el objetivo 5, sobre igualdad de género, establece como una de sus metas para lograr la igualdad de género (meta 5.a) la necesidad de emprender “reformas que otorguen a las mujeres la igualdad de derechos a los recursos económicos, así como acceso a la propiedad y al control de la tierra y otros tipos de bienes, los servicios financieros, la herencia y los recursos naturales (…)” (Naciones Unidas, 2015).

Pese a este marco internacional, las mujeres siguen estando discriminadas en el ámbito del empleo, caracterizado por una brecha salarial entre mujeres y hombres, y por la segregación ocupacional y vertical, donde los puestos de mayor responsabilidad y prestigio son ocupados por hombres. Según los datos del Banco Mundial, el porcentaje medio de mujeres que trabaja en situación de vulnerabilidad es de un 78,32%[1] en África Subsahariana, que es la región geográfica con porcentajes más elevados. Así mismo, en esa misma región, el porcentaje de mujeres con empleo remunerado es del 19,86%[2]. Las cifras ponen de manifiesto que las mujeres realizan trabajos que las mantienen en situación de pobreza y explotación.

Un importante factor a tener en cuenta respecto a las dificultades que encuentran las mujeres para llevar a cabo trabajos remunerados, sin ser el único, es la carga desigual de trabajo doméstico y de cuidados en los hogares. Se trata de un factor estructural que limita las opciones de las mujeres para contar con ingresos propios, participar plenamente en la política y la sociedad, y tener acceso a la protección social para la satisfacción autónoma de sus necesidades (ONU Mujeres México, 2015, p. 2).

El trabajo doméstico y de cuidados: una barrera para la trayectoria laboral de algunas mujeres y una –precaria- oportunidad de empleo para otras

Comúnmente se considera al trabajo doméstico y de cuidados como una barrera para el empoderamiento económico de las mujeres. Es interesante reflexionar acerca de esta afirmación dado que la barrera no es el trabajo en sí, sino el hecho de que recaiga principalmente sobre las mujeres, sin valoración y casi siempre, sin remuneración. El trabajo doméstico y de cuidados no puede suprimirse porque es fundamental para la supervivencia. Sin embargo, podría dejar de suponer una carga para las mujeres si se distribuye, no solo con los hombres, sino también con los Estados y las empresas.

La falta de responsabilidad hacia el trabajo doméstico y de cuidados por parte de los mercados y los Estados (a excepción de los Estados de bienestar de los países nórdicos, donde sí hay una fuerte intervención estatal), que no proveen de estructuras colectivas que se encarguen del cuidado de la vida, conlleva la búsqueda individualizada de soluciones a las necesidades de cuidados dentro de los hogares. De esta manera, en los hogares se llevan a cabo estrategias privadas para resolver un problema que es público, y son particularmente las mujeres quienes terminan asumiendo los trabajos de reproducción.

El trabajo reproductivo tiene un elemento de naturalización que hace difícil separarlo de las mujeres debido a que se naturaliza la capacidad y el deseo de cuidar como cualidades femeninas. Existe una asociación tradicional del crecimiento y la acumulación con los valores de la masculinidad, y de la reproducción y cuidados con la feminidad.

Sin embargo, las estrategias de cada hogar para gestionar las tareas domésticas y de cuidados varían en función de factores como la clase social, la etnia o la nacionalidad. En muchos hogares de países del Norte donde las mujeres han ido abandonando el rol de cuidadoras a tiempo completo, sin que esto haya conllevado la desaparición de trabajos no mercantiles (Jubeto y Larrañaga, 2014), se recurre a la red familiar (generalmente las abuelas) para “echar una mano” en el trabajo doméstico y de cuidados. En otros casos en los que no se dispone de esta red, las mujeres hacen frente a la doble jornada o triple, cuádruple… dependiendo de si, además de los trabajos en el ámbito productivo y reproductivo, estudia, participa en actividades comunitarias, etc.

Los hogares que pueden permitírselo han mercantilizado el trabajo reproductivo, que se ha convertido en un nicho laboral para las mujeres migrantes. Se trata de hogares de clase media de países ricos, que contratan a otras mujeres (inmigrantes en la mayoría de los casos, pero no siempre) como empleadas domésticas y/o cuidadoras, porque las mujeres autóctonas se han movilizado hacia otros sectores de trabajo. A su vez, estas mujeres migrantes que se han desplazado a países ricos en busca de empleo con el fin de asegurar unos ingresos a sus familias, dejan el cuidado de estas en manos de otras mujeres. Para ello, recurren a la estrategia de la “familia amplia” (lazos familiares estratégicos en la provisión de bienestar cotidiano), donde la encargada del trabajo doméstico y los cuidados generalmente es la abuela, gracias a las remesas que las mujeres migrantes envían desde el país donde están trabajando. En otros casos, compran los servicios de mujeres más pobres que han dejado en su país de origen (Castelló, 2008). Este proceso da lugar a la globalización de los cuidados.

Rowena llama “mi bebe” a Noa, la niña estadounidense que está a su cuidado. Y la pequeña ha comenzado a balbucear en tagalog, la lengua que su niñera hablaba en Filipinas. Los hijos de Rowena viven con sus abuelos maternos y otros doce miembros de la familia, ocho de ellos niños, algunos de los cuales también son hijos de mujeres que trabajan en el extranjero. La figura que ocupa el lugar central en la vida de los niños es su abuela, la madre de Rowena. Pero la abuela trabaja de maestra con horarios prolongados, y el abuelo materno no se relaciona mucho con sus nietos, por lo cual Rowena ha contratado a Anna de la Cruz para cocinar, limpiar y cuidar a los niños. A su vez, Anna de la Cruz deja a su hijo al cuidado de su suegra octogenaria (Russell, 2008 p. 270).

Las cadenas globales de cuidados son “redes transnacionales que se establecen para sostener cotidianamente la vida y a lo largo de las cuales los hogares y, en ellos, las mujeres, se transfieren cuidados de unas a otras con base en ejes de jerarquización social” (Pérez, 2014, p. 215).

En un mundo globalizado, los problemas ya no son nacionales, sino transnacionales. La globalización remite a una transformación en la escala de la organización humana que enraíza comunidades distantes y expande el alcance de las relaciones de poder. En los lugares de origen, los hogares reunificados de las personas migrantes experimentan seriamente las dificultades de conciliación de la vida familiar y laboral. Sin embargo, en los países de destino, los hogares que contratan a personas migrantes obtienen beneficios de este trabajo, que responde a necesidades concretas y cotidianas (Orozco, 2007).

Así, aparecen nuevas formas de dominación entre mujeres autóctonas y mujeres migrantes. Este trasvase de la desigualdad evidencia cómo el proceso de externalización del trabajo reproductivo se ha hecho de tal forma que, lejos de poner en entredicho la división sexual del trabajo, la alimenta y la normaliza (Parella, 2003 en Castelló, 2008).

Las oportunidades para el empoderamiento económico de unas mujeres no deben suponer la explotación de otras. De esta manera, son únicamente las mujeres, desde sus distintas posiciones, quienes asumen el “invisibilizado” trabajo doméstico y de cuidados que sostiene los trabajos productivos, asimilando las estrategias patriarcales.

Para lograr el empoderamiento económico de todas las mujeres es fundamental la redistribución de las tareas domésticas y de cuidados al interior de los hogares, al tiempo que se promueve la intervención estatal a través de la implementación de programas para asegurar trabajos decentes para todas las mujeres, en igualdad de condiciones. Así mismo, las empresas deben adoptar un rol activo para favorecer la promoción de las mujeres a los puestos de poder y evitar segregación por ocupaciones y la brecha salarial, todo ello, propiciando posibilidades de conciliación reales.

Finalmente, es importante tener en consideración la importancia del trabajo doméstico de cuidados, sin el cual no sería posible realizar el resto de trabajos que se desempeñan en el ámbito “productivo”.  La plena igualdad de los derechos laborales de quienes ejercen estos trabajos es un pilar básico para comenzar a trabajar por el empoderamiento económico de las mujeres.

Bibliografía

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Jubeto, Y., y Larrañaga, M. (2014). El Desarrollo Humano local desde la equidad de género: un proceso en construcción. Bilbao: UPV / EHU.

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Referencias web

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